Víznar es uno de esos pueblos que, muy probablemente, pese a estar solo a siete kilómetros de la capital, jamás hayamos visitado. Sin embargo, todos hemos oído hablar de él alguna vez, lo que se debe a la dichosa guerra civil y a nuestro más universal poeta, Federico García Lorca; porque allí fue llevado, en un momento anterior a la madrugada del 18 de agosto de 1936, para nunca más volver. Fue asesinado en un lugar entre Víznar y Alfacar, pasando su nombre a la historia, pero también el del último pueblo que lo vio con vida.
Ochenta y seis años después Víznar es una de las poblaciones más bonitas que rodean la sierra de Huétor. A los pies de la montaña donde se emplaza la cruz con el mismo nombre y a más de 1000 metros de altitud sobre el nivel del mar, sus calles, sus plazas y sus edificios conservan el estilo tradicional que antes era habitual en toda nuestra geografía pero que hoy está en serio riesgo de extinción ante la proliferación de viviendas más modernas y, sobre todo, más urbanas y feas. Además, se nota claramente que en los últimos tiempos ha habido un trabajo serio de sus vecinos para conservar lo que tienen y embellecerlo. Por eso, lo que propongo en este artículo es, simplemente, un paseo por Víznar, como el que yo hice el pasado día 26, en plenas fiestas navideñas.
Se debe empezar visitando el mirador que hay en lo más alto del pueblo, junto a la carretera que asciende a Puerto Lobo —la GR-3101—. Desde allí es posible ver una panorámica que te lleva hasta la vega y a sus diversas poblaciones, lo que ayuda a ubicar mejor aquella en la que estamos. Luego podemos descender al centro por Eras Altas y continuar por la calle de la Alhambra, una acusada pendiente que desemboca en la plaza de la Constitución por un costado del ayuntamiento. A un lado y otro se ven viviendas encaladas y bien conservadas —algunas con abundantes plantas en sus puertas— y, al fondo, la elegante torre de la iglesia (de Nuestra Señora del Pilar), que ya presenté como una de las más interesantes de la provincia en un artículo para Ideal en Clase dedicado a los campanarios de nuestros pueblos.
La plaza de la Constitución, entre el ayuntamiento y la iglesia, es pequeña, tiene una refrescante fuente de piedra en el centro y transmite, ante todo, sosiego. Está, además, llena de bancos para poder sentarse y de buenos árboles que en verano darán una agradable sombra. Haciendo esquina con la iglesia está el palacio de Cuzco, que es un soberbio edificio de fines del siglo XVIII mandado construir como residencia arzobispal de verano por don Juan Manuel de Moscoso y Peralta, nacido en Perú y que llegó a ser arzobispo de Cuzco y luego de Granada. El palacio tiene un gran jardín con un lateral porticado en el que la decoración de pinturas murales al fresco recuerda claramente al arte italiano, lo que no impide que entre ellas se encuentren varias escenas ¡muy españolas! del Quijote. Desgraciadamente, no todo en él fue refinamiento: durante la guerra fue ocupado por las tropas sublevadas contra la II República y usado como su cuartel en Víznar. Aquí estuvo el despacho del capitán José Nestares, quien daba la venia a los prisioneros que llegaban y que eran trasladados a “La Colonia” —un albergue juvenil transformado en cárcel— hasta el momento de su nocturna y alevosa ejecución.
Si dejamos atrás tanto la iglesia como el palacio y continuamos por la avenida de Andalucía pronto veremos, a la derecha, un pilar de agua que, aunque no especialmente antiguo, resulta muy atractivo y vuelve a recordarnos cuál es una de las riquezas de este pueblo, ya que por él pasa la acequia Aynadamar, que lleva el agua que brota de Fuente Grande, en Alfacar, hasta Granada. Proseguimos luego por la calle Federico García Lorca hasta desembocar en la ermita de la Virgen de Fátima, una construcción de mediados del siglo XX que guarda una imagen de esta advocación.
Ya solo podemos volver, por el mismo camino hasta llegar a la iglesia y, desde aquí, sin abandonar la calle Reina Sofía —junto al jardín del palacio—, hasta que hallemos un moderno balcón público, la plaza Mirador de Víznar, con otra preciosa vista de la Vega de Granada. Estamos terminando el recorrido; únicamente nos falta acceder al Molino de la Venta, hoy convertido en museo etnográfico. Pero nosotros lo encontramos cerrado: no tiene un horario fijo de apertura al público, por lo que hay que solicitar previamente la visita en el ayuntamiento.
Punto y final. Víznar es un pueblo pequeño, que se recorre caminando lentamente en algo más de una hora. También en ello reside su encanto, acompañado de una tranquilidad y un silencio en las antípodas del jaleo constante de una ciudad. Pocos pueblos quedan como él en nuestra provincia, así que disfrutémoslo con un relajante paseo de fin de semana y quizás, entre sus paredes, encontremos otras sorpresas.
Ver artículos anteriores de
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)