Camille Saint-Saëns pertenece, por derecho propio, al elenco de los compositores más relevantes de todas las épocas
El 16 de diciembre se cumplió una centuria del fallecimiento del insigne compositor francés Camille Saint-Saëns a la provecta edad de 86 años, efeméride que me parece una ocasión inmejorable para reivindicar su figura y su legado. Digo “reivindicar” porque, en el mundo musical, el juicio al uso, en tanto que compositor, sobre Saint-Saëns (quien fue, además, prodigioso pianista y organista, influyente profesor de conservatorio, viajero incansable y un auténtico polímata) consiste en considerarle alguien carente de “verdadero genio” (un “academicista”, se acostumbra a afirmar despectivamente de él) si bien nadie le discute su absoluta pericia en el plano formal y técnico, para el cual tenía una sorprendente disposición natural. Pues bien, es el carácter injusto de esta inveterada valoración lo que pretendemos demostrar en lo que resta del presente artículo basándonos en el hecho, en nuestra humilde opinión, evidente de que dejó obras magistrales en los más diversos géneros musicales.
Para empezar, en el terreno de la lírica, creó la ópera, de tema bíblico, “Sansón y Dalila”, la cual se estima, generalmente, como la cumbre de toda su producción: en ella destacan, por ejemplo, el conmovedor coro inicial de los hebreos, las dos magníficas arias “La primavera comienza” y “Mi corazón se abre a tu voz”, el ballet “La bacanal de los filisteos” (que se suele interpretar como pieza separada en las salas de conciertos) y la grandiosa escena final del último acto.
Asimismo, en el campo de la música religiosa, conviene mencionar su exquisito “Oratorio de Navidad” para solistas, coro y orquesta con el acompañamiento de un órgano. Desde sus primeros acordes, a cargo precisamente de aquel, la obra en cuestión nos sumerge en la atmósfera entrañable de esta festividad religiosa que ahora celebramos y es justamente por ello que, por estas fechas, debería programarse más y no limitarnos a ejecutar, a causa del desconocimiento o de la abulia, una y otra vez “El Mesías” de Haendel o, con menor frecuencia, la composición homónima bachiana de esta de Saint-Saëns.
Cambiando de tercio, en lo concerniente a la música puramente instrumental y, en concreto, a la de cámara, habría que hacer referencia, por ejemplo, a la “Sonata para violín y piano nº 1” (con su melancólico y, por momentos, agitado comienzo, sus “balsámicos” movimientos centrales y con una conclusión que constituye una rotunda afirmación de vida en medio de un clima de extraordinario virtuosismo interpretativo) así como a su “Septeto para piano, trompeta y cuerdas”, bastante alejado de la estética romántica en la medida que representa un claro homenaje a los viejos maestros barrocos, que él conocía tan bien.
En lo relativo al género concertante, Saint-Saëns escribió piezas insoslayables para los tres grandes instrumentos solistas del período decimonónico, a saber, el piano, el violonchelo y el violín: a ese respecto, debería reseñarse sus conciertos para piano y orquesta números 2, 4 y 5 (“Egipcio”), el “Concierto para violonchelo y orquesta nº 1” (en un solo movimiento) y su sentido “Concierto para violín nº 3”.
Llegamos así, por último, al capítulo sinfónico, dentro de cual, aparte de una partitura tan inspirada y de factura tan acabada como su “Sinfonía nº 2”, sobresale la “Sinfonía nº 3 con órgano”. De ella aseguró su autor que en la misma había volcado todo lo que podía dar de sí como compositor y a fe que el resultado final hace honor a ese empeño: en efecto, esta formidable obra, cuya ejecución requiere considerables efectivos, nos traslada desde el sombrío principio, pasando por el extático lento y el vigoroso scherzo, hasta un solemne movimiento conclusivo donde Saint-Säens despliega esa rara habilidad suya de elevarnos hacia las regiones de lo sublime y lo transcendente (no me parece por eso una casualidad que, en una de sus postreras apariciones públicas, el notable director letón Mariss Jansons, fenecido hace poco más de dos años, la dirigiera). Sinceramente, creo que estamos ante una de las diez mejores sinfonías jamás compuestas.
En fin, un músico que mantiene todavía en torno a media docena de obras (si se tiene en cuenta, además, su popular “Carnaval de los animales, inédito durante su existencia a excepción de la célebre página titulada “El cisne”, y el también famoso poema sinfónico “La danza macabra”) dentro del repertorio clásico habitual no puede gozar de menos prestigio que otros que solo han logrado introducir una en aquel como son, sin abandonar el ámbito francófono, Héctor Berlioz o César Franck, con sus “Sinfonía Fantástica” y “Sinfonía en Re menor” respectivamente. No, ciertamente, Camille Saint-Säens no constituye, como se ha afirmado irónicamente, «el más grande compositor de segunda fila», sino alguien que, por derecho propio, pertenece al elenco de los compositores más relevantes de todas las épocas.
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JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ PALACIOS,
Profesor de Filosofía y vocal por granada
de la Asociación Andaluza de Filosofía