Antes de soportar sin indignarme la gresca que montan aquellos que viven esclavizados a favores de los partidos y que consideran cualquier opinión contraria a sus intereses personales como fascista, nazi o franquista, debo decir que, para juzgar una época, uno debe intentar hacer abstracción de muchos prejuicios -viciosos o virtuosos – que tenemos la gente que hemos sido educada en otros momentos y con otros valores. Por esto debemos entender de inicio que existen cierto principios eternos que reinan sobre todas las épocas y que todos deben respetar sin necesidad de acudir a ese democratismo absurdo, al que siempre acuden los mentecatos, para justificar cualquier tipo de acontecimiento o de modas que peligrosamente acechan a muestras sociedades y que serán el resultado de lo venidero.
Cuando a uno le duele el alma de insistir en que la mejor forma de prosperar una sociedad está en la escuela y en el proceso educativo del sujeto desde la más tierna infancia, los poderes públicos se empecinan – en función de sus intereses – en todo lo contrario; es decir, educar a niños y a jóvenes sin consistencia alguna racional ni estabilidad emocional. De esta manera vemos cómo en nuestras aulas va despareciendo el mundo humanístico, en general, y, en particular, disciplinas tan importantes como la literatura o la música. No olvidemos que la escuela ha sido utilizada siempre por los distintos gobiernos como instrumento para mantener el poder. El conocimiento y la cultura no ha interesado nunca y, hoy día, menos que nunca, aunque se quiera aparentar lo contrario.
Digo todo esto, porque si tenemos oportunidad de asistir a alguna discoteca de estas que petan los jóvenes – de toda condición social – en largos fines de semana, podremos observar que el ochenta por ciento de la música que se escucha allí es el reguetón. Está claro que a esos lugares no se acude a bailar operas o arias de Mozart o a extasiarse con conciertos para violín de Vivaldi, Ni mucho menos. El compás de la música no puede ser más simple, como sus actuantes, lógicamente. Bueno, tampoco pasa nada, no debemos pasarnos ni ser tan exquisitos. Pero, de ahí, a poner de moda en nuestra sociedad el achabacanamiento, la abyección y la oquedad, me parece llevar a nuestra cultura a la decadencia más absoluta.
Las letras de la mayoría de las canciones, tanto del reguetón, como las de su hermano el trap, a un servidor le causan una repugnancia instintiva. Y me causan tanta repugnancia, porque proponen letras humillantes, vejatorias, violentas y degradantes para las mujeres, cosificándolas a extremos inusitados; en sus canciones proclaman – sin pudor alguno, – su holgazanería por no haber querido estudiar y muestran su indolencia como lo que son: vándalos adinerados; pero por si esto no fuera suficiente, en el trap aparecen frecuentemente ostentaciones a la criminalidad a la violencia y al consumo de droga, armas o alcohol. A esta gentuza en sus cortos alcances, por su cerrada mollera, no les cabe un vocablo cariñoso o un sentimiento de nobleza, con el que se pudiera obsequiar a una mujer o a un hombre, porque nunca se les ha enseñado a reconocerse en un poema.
¿Cabe más para entender que estamos llegando al final del ciclo de nuestra cultura cristiano-romana? Pues miren ustedes, sí, sí cabe más: una señora vende sus pedos envasados en tarros de vidrio, ¿qué les parece? Pues aunque les parezca una barbaridad esta señora checa – notable influencer, con canal propio para adultos – abre el culo para peerse a diario como gato con la boca abierta que acecha en vuelo un pájaro y lo quiere cazar; después envasa sus ventosidades en tarros (no sé cómo lo hará, pero mi interés por saberlo me importa tanto como la carabina de Ambrosio) y, finalmente, envía sus pedos dedicados a su feligresía para que olfateen sus emisiones gaseosas. Yo no sé a cuanto sale el pedo de esta señora, pero al parecer, no los envía por menos de mil euros, de tal forma que presume de «tener una bonita casa y varios coches». Locura total.
Cuando uno ve estas cosas, quisiera que se lo tragara el planeta y cuanto más miro al mundo que nos rodea menos veo, cuesta trabajo conferir realidad a la cosas que tan solo nos podría ofrecer la imaginación; sin embargo, es el mundo que nos ha tocado vivir; pero claro, mientras escriba sobre reguetoneros, traperos, raperos o pedorras, no escribo sobre la pobreza energética, sobre las leyes, sobre los juristas, sobre los financieros, sobre los dirigentes, sobre los indigentes o sobre los medios de comunicación que obedecen como clases disciplinadas a las indicaciones y a la voz de los poderes que vigilan cuanto se dice, cuanto se hace o cuanto se escribe.
OTROS ARTÍCULOS
DE