Es conocido (y vivido) el individualismo en la docencia, particularmente en los I.E.S., la privacidad de la práctica docente y el escaso trabajo en equipo. Además, los cursos de formación suelen ser “conferencias” y en otras formas alternativas, como los Grupos de Trabajo, tampoco se suele observar y discutir la práctica docente de cada uno en su aula. Asombra, por contraste, que la metodología formativa del profesorado en Japón y otros países asiáticos sea el “estudio de clases” (lesson study), donde un profesor o profesora imparte una clase, que es grabada, y los demás docentes observan para analizar, discutir e intercambiar opiniones sobre cómo mejorarla. Algo parecido a lo que pasa, aquí en España, en Medicina con las sesiones clínicas.
Contamos con muchas evidencias sobre cómo la calidad del profesor en el aula es la que mayor influencia tiene en las adquisiciones de los alumnos; pero -al final- nos importa el “efecto escuela”, de toda la escuela. La calidad y buenos aprendizajes de los alumnos en un centro escolar es una responsabilidad colectiva o compartida, dentro de una escuela que funciona como comunidad profesional con un liderazgo compartido. La capacidad organizativa de una escuela para mejorar el aprendizaje de los estudiantes es muy dependiente del grado en que la responsabilidad colectiva por los aprendizajes de todos los alumnos forme parte de su cultura, es decir de sus modos habituales de funcionar. Aquí es donde, con naturalidad, el diálogo profesional sobre las mejores prácticas profesionales: los profesores se comprometen en un diálogo colaborativo sobre lo que pasa en la escuela y cómo mejorarlo entre todos, porque se comparten propósitos en la educación del alumnado. Por esto, la responsabilidad colectiva y el aprendizaje de los estudiantes están vinculados a la participación del profesorado en comunidades profesionales donde los participantes comparten la responsabilidad por autoevaluar la calidad de la educación, la enseñanza y el aprendizaje de los estudiantes.
La buena enseñanza es algo más que los esfuerzos de maestros individuales en aulas aisladas, es una empresa colectiva en la que trabajan juntos hacia metas comunes para el aprendizaje del estudiante. En estos casos, como dice Karen Louis, la interdependencia profesional es fuerte, los profesores prestan atención al rendimiento general de la escuela tanto como a su propia eficacia. La responsabilidad colectiva tiene lugar cuando las experiencias de enseñanza y aprendizaje están organizadas en torno a metas y prioridades compartidas, y todos los docentes están comprometidos a conseguirlas. En lugar de “mis alumnos, mi grupo”, una interdependencia profesional promueve resolver los problemas conjuntamente mediante un diálogo reflexivo y colaboración entre colegas.
Una escuela que progresa en los niveles de adquisición de los alumnos, entre otros, requiere organizar el trabajo de modo que los profesores puedan aprender unos de otros, el desarrollo profesional está situado en el contexto de una comunidad profesional. El intercambio entre colegas contribuye decididamente a la mejora profesional, entendida como una empresa conjunta al servicio de la escuela. Compartir conocimientos y buenas prácticas, desarrolladas dentro de una cultura de colaboración, es el modo para mejorar la labor educativa de un establecimiento escolar. En fin, como defienden Hargreaves y Fullan en un libro reciente (Capital profesional. Transformar la enseñanza en cada escuela) el capital profesional de buenos docentes, se ve incrementado cuando trabajan juntos, siendo la base fundamental para transformar la enseñanza en cada escuela.
(*) ANTONIO BOLIVAR. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada