“…fue un pequeño bolso de mano utilizado por las mujeres acomodadas como complemento. (…) Con forma de bolsa pendiente de unos cordones y similar a un portamonedas o una limosnera, solía llevarse colgando o atado a la muñeca” (es.Wikipedia.org).
Y se me ocurre decir, a día de hoy, que “aquellos lodos, estos barros”… Sí, sé que me tengo que explicar, especialmente, por las múltiples sensaciones que el titular de esta reflexión puede acumular en nuestro intelecto, no sólo por afrontar cualquier afirmación al respecto desde un punto de vista de estudio literario, sino también por la utilización popular del mismo que, día a día, se está repitiendo con constancia e intenciones muy diversas –diferentes, variadas, dispares, múltiples–.
Acordaos que, tiempo atrás, os traje a la memoria al escita Babuc –“El mundo tal como va”, 1748, Voltaire–, y su misión de examinar Persépolis para que la deidad Ituriel decidiera, según su informe, lo que haría para enmendar la población o destruir la ciudad.
En su viaje se encontró con un soldado del ejército persa, “que iba a combatir contra el ejército indio (…) y le preguntó el motivo de la guerra: Por todos los dioses –dijo el militar– que no sé nada de ello. No es asunto mío; mi oficio consiste en matar o dejarme matar para ganarme la vida; es indiferente que lo haga a favor de los unos o de los otros. Podría muy bien ser que mañana me pasase al campo de los indios, pues me han dicho que dan más de media dracma de jornal a sus soldados…”.
Permitidme, pues, según lo escrito, que afirme ahora –más que nunca– la perentoria necesidad de que la dignidad presida todas nuestras actuaciones. Que, para siempre, nos olvidemos de fachendear –“Hacer ostentación vanidosa o jactanciosa”–, de papelonear –“Ostentar vanamente autoridad o valimiento”–. Los tiempos que se anuncian, os lo aseguro, no van a permitir, entre otros ribetes, mentiras piadosas.
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de
Ramón Burgos
Periodista