Vaya por delante que no soy de Salobreña. Ni nací allí, ni he vivido nunca en ella ni, por desgracia, tengo la más pequeña propiedad en este municipio. Sí, en cambio, trabajé durante quince años en el más veterano de sus dos institutos y eso me marcó para siempre. Porque, no siendo de Salobreña, es el pueblo de toda la provincia, o quizás de todo el país, que siento más mío. El que más me gusta, en el que muchos me conocen y en el que tantos antiguos alumnos me saludan con respeto y cariño desde hace años.
Por eso las noticias sobre Salobreña siempre llaman mi atención. Y ahora me hiere dolorosamente la instrumentalización que se está haciendo de este pueblo entrañable por una política de Alicante que se ha empeñado en ser de Salobreña para poder presentarse, en las elecciones, como candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía.
Con modestia, porque no soy de Salobreña, le quiero decir lo siguiente a esa alicantina señora y a todos los que han actuado y siguen actuando como ella en este país de la picaresca:
Ser de Salobreña debe ser conocer el Paseo de las Flores, la Bóveda, el mirador de Enrique Morente, la plaza del (antiguo) Ayuntamiento, el castillo,… y los múltiples rincones y callejuelas de su casco antiguo, medieval para más señas, y no solo el Ayuntamiento (actual), el mercado de abastos o el hotel Salobreña. También saber dónde estaba la anterior casa cuartel de la Guardia Civil, cuya imagen de niño me impresionaba, y no exclusivamente dónde se sitúa ahora.
Ser de Salobreña debe ser haber gozado a diario de sus playas y sus alucinantes puestas de sol durante todo el año, bañándose en verano en unas aguas transparentes gracias al tipo de chino fino que se encuentra en ellas o disfrutando del paseo marítimo con sus espléndidas vistas —sobre todo hacia el oeste— en el resto de las estaciones.
Ser de Salobreña debe ser conocer también Lobres, La Caleta y La Guardia, así como la desembocadura del Guadalfeo, el paseo del Caletón o el monte de los Almendros. Y haber estado en sus bares y restaurantes, como el Macario’s, el Manolo, el Pesetas, la Botica, el Puentecillo, la Bodega,… saboreando sus platos más genuinos, entre los que está el pulpo en salsa que tan bueno hacen en varios de ellos.
Debe ser también saber quiénes fueron Zayda, Zorayda y Zorahayda, las tres hermosas princesas hijas de un rey moro de Granada, y conocer qué relación literaria tuvieron con Salobreña. O que entre los más ilustres moradores del municipio han estado el dramaturgo José Martín Recuerda, que durante años residió en él, así como el exministro y ex director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, que siempre mantuvo su casa de vacaciones en esta villa y gracias al cual fue creado hace ya cuarenta años el instituto de Bachillerato en el que yo enseñé. Su nombre quedó en el colegio más grande del municipio, el que hay nada más entrar a él, pero no recuerdo que Mayor Zaragoza dijera nunca que era de Salobreña.
Igualmente, debe consistir en no ignorar quiénes son Eduardo Cruz, Enrique Cano, Colin Bertholet, Pere Pons y varios más, de sobra conocidos entre los salobreñeros, como pretende ser la mencionada señora alicantina. Y que el padre de la alcaldesa, Pepín Rufino, vivió y sacó adelante a su familia con una tienda en el pueblo, que recuerdo como una librería papelería que cada comienzo de curso suministraba a los niños y a los colegios tanto los libros como el material escolar que necesitaban.
Por último, debe ser entender la importancia que la caña de azúcar tuvo en la zona y saber llegar a la vieja fábrica de Nuestra Señora del Rosario, de las más grandes que hubo en Salobreña y en la vecina Motril.
Todo esto, y no “estar empadronado”, debe ser, en la humilde opinión de este granadino, ser de Salobreña —y así, “ser andaluz”—. Pero ¡cómo no!, ruego a quien verdaderamente sea de aquí que me perdone si en algo me he podido equivocar.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)