Momento oportuno para, aún a riesgo de tirarme al charco, volver a recordaros una tesis que vengo manteniendo desde años atrás: al menos para mí, no hay dos Andalucías –ni tres, ni cuatro, ni reinos, ni feudos, ni…–.
No niego –ni negaré– las diferentes identidades que, gracias a Dios, se mantienen en nuestra tierra y que no sólo nos son propias, sino que también también conllevan distintas y diversas marcas de identidad que nunca debieron haberse metido en el cajón del olvido socio-político.
En lo que persevero es en que, por encima de los agravios provocados –muchos de ellos tienen su causa en nosotros mismos–, ahora, en tiempo electoral, están surgiendo como las setas salvajes mil y un expertos en evadir cualquier “verdad incómoda”.
Al respecto, escribía Francisco Palacios Chaves: “Se les llama negacionistas a todos aquellos que por diversas razones, niegan hechos que siempre hemos considerado reales, no ya como un acto de fe, sino porque la ciencia, la observación y la experimentación nos hacen ver que son realidades irrefutables (…) , Se empecinan en sus postulados y cuando se ven rodeados de demostraciones y datos, recurren al realismo mágico y a todas las falacias que la Lógica señala como fallas de razonamiento”.
Así, algunos de estos “enfermos mentales” –no encuentro mejor modo de definir su cafre comportamiento– me parece que están cercanos al “negacionismo suicida”, frase que el Papa Francisco aplicara a aquellos que rechazan la efectividad de los avances médicos (vacunas) –y que yo extiendo a los citados ciudadanos–.
Y, más aún: ¿nos estarán contagiando a todos los que entendemos y luchamos por el desarrollo y el equilibrio transaccional en cualquier institución, sea del tipo que sea?
Al menos, en mi caso, corro a buscar a los mejores profesionales y, por tanto, expertos en las “curas del alma”.
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de
Ramón Burgos
Periodista