Al Colegio Mayor Santa Cruz la Real
y a la Tuna del Distrito Universitario de Granada
Una noche de primavera, cuando ya los jilgueros dormían en las ramas de los árboles y la luna se asomaba tímidamente entre las estrellas y las nubes del cielo, una capa negra comenzó a ondear al compás del viento. La Tuna del Distrito Universitario de Granada hizo su aparición en escena y el “Paseo del Salón”, en aquel preciso momento, levantó el telón como si se tratara de las tablas de un teatro lleno, en el cual latía la expectación. En este precioso enclave, que canta por primavera y recita versos, al trino de los ruiseñores y las rimas del poeta, la Tuna comenzó a rondar. Las primeras notas de bandurrias y guitarras se comenzaron a escuchar, surcaban los cielos con la fuerza del viento que las llevaba a barlovento y al compás de dos panderetas que medían el tiempo por sotavento, para escapar rumbo hacia el firmamento.
Tras una tórrida jornada en la que ya se va presagiando la llegada del periodo estival, donde la canícula campa a sus anchas, y los cantos de las cigarras se escuchan como si fueran los de la Tuna en la noche granadina rondando a la luna. En esa noche, cae la melodía sobre el aljibe alhambreño, puesto que está en mi empeño, ponerme a soñar y con ello sueño, es más, nunca renunciaré a una vida que, hace mucho tiempo –a pesar de que Cronos me pase la cuenta− hubiera querido vivir pero, por los avatares de la misma y los designios de un caprichoso destino, no tuve oportunidad llevándome así pues a cometer tal desatino.
Cuando, casi recién estreno la adultez, con la debida serenidad y madurez intelectual que ello conlleva, y la edad joven ya dejada atrás, echo la vista atrás y me detengo unas horas a reflexionar. No obstante, ¿en qué me he parado a pensar? Pienso en la vida universitaria, aquella que, como egresado de la misma ya prácticamente ni recordaba, por azares del destino, ahora, si Dios quiere, vuelvo a retomar, como se diría en la jerga cofrade, en su último “trabajo” para realizar la última “chicotá”. «Nunca es tarde, si la dicha es buena» reza un viejo refrán castellano; eso sí, de una manera distinta.
En su momento, es decir, cuando me tocaba, no tuve ocasión de hacerlo por distintas causas, que ahora no vienen aquí a cuento, pero siempre tendré el anhelo de saber lo que es vivir la vida universitaria dentro de la camisa colegial, abrigando ésta mi pecho, junto al jubón tunantesco. Sé que no puedo volver la cara hacia atrás, ni navegar a contracorriente, ni viajar a través del tiempo. Pero sí reflexionar sobre un viejo anhelo y volver la mirada en el tiempo, que ahora no es más que un sueño pasado, un deseo lanzado al agua, que se hunde en la acequia como una piedra en la balsa; unos versos declamados al viento que tan sólo serán escuchados por los pájaros que alcen su vuelo.
Si mis circunstancias vitales y personales lo hubieran permitido, yo hubiera sido becado como colegial mayor en el, por aquel entonces masculino –a día de hoy mixto−, Colegio Mayor Santa Cruz la Real: el Dominico. Jamás hubiera cambiado la elección de la carrera que estudié, Historia; ni de Facultad, Filosofía y Letras; ni de Universidad, Granada. De igual forma debiera haber vestido el jubón novato de la Tuna del Distrito Universitario hasta que el águila bicéfala varada se hubiera posado en mi corazón convirtiéndome así en veterano tuno universitario.
“Tempus fugit”, reza una vieja locución latina, pues a toda persona que me esté leyendo, no permitáis jamás que os pase como le pasó a éste que escribe, es decir, no dejéis de hacer las cosas en su momento, no consintáis que os atrape el tiempo ni seáis reos del astrolabio esférico con manecillas, ni ser presos de los sueños… Ergo, haced de la vida un día a día lleno de felicidad, un “carpe diem” perpetuo, un tiempo que sea compañero y no carcelero, unos sueños que sean meta de futuro y no simples recuerdos. En definitiva, vivid; y que nunca os tengáis que arrepentir de no haberlo hecho.
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