Al inicio de cada presentación de mi libro “Educar es amar”, dedico un tiempo a explicar el porqué de su título. Mientras lo fui escribiendo, tuve a veces la sensación de que era excesivamente pretencioso y me llegó a preocupar que no fuera el adecuado. Hoy pienso que, además de un hermoso título, merece la pena ser defendido con ahínco y pasión.
En estos tiempos que vivimos de enormes incertidumbres ecológicas, económicas, sociales y políticas, vemos cómo triunfan mensajes muy simples que son asumidos por una parte de la población. Son mensajes sencillos que propugnan un cambio verdadero y radical. Para mí, que no pretendo ser neutral ni equidistante, este tipo de discursos lo que pretenden es evitar que profundicemos en las causas complejas de los problemas, evitando que se produzcan cambios reales en las estructuras del sistema y, de ese modo, se perpetúen los privilegios de unos pocos. Es un complot perfectamente orquestado por los poderosos y sus medios de comunicación.
Creo que se hace necesaria una reflexión sobre el devenir de nuestras vidas en sociedad y de aquellas cosas que no nos gustan, como la destrucción progresiva del planeta, las cada vez más grandes diferencias sociales, así como la intolerancia, la exclusión y el odio. Además, me preocupa que unas formulaciones tan simples, lleguen de manera tan fácil a muchas personas que, desde mi punto de vista, no creo sean conscientes de sus consecuencias negativas para ellas.
Palabras como patria, bandera, monarquía y religión, se nos presentan como postulados suficientes para conformar un proyecto o programa electoral. Son ideas que conectan con emociones identitarias de las personas, como son la necesidad de pertenencia a un grupo y a una trascendencia espiritual. Quienes realizan esos discursos los hacen, además, desde la intolerancia, la exclusión y, con frecuencia, desde el odio.
Nada tendría que objetar a esas proclamas, si el sentido de patria no fuera el de una abstracción, sino por el contrario, la suma real, cotidiana y compleja de las vidas de todo un pueblo, que las banderas que nos confieren una identidad local, no se usaran para enfrentarnos con otras de parecida naturaleza, que las religiones fueran reflejos de amor y concordia y no de confrontación y mantenimiento de privilegios de los poderes. Aquí, el laicismo podría ser una estupenda propuesta, ya que, desde el respeto a todas las creencias, separaría los ámbitos íntimos de las personas de sus implicaciones en lo colectivo. En cuanto a la monarquía, solo encuentro una alternativa; la democracia y, en consecuencia, la república. Aunque pueda estar sustentada por estructuras democráticas en algunos lugares, esta institución, que nace de unos privilegios de origen, está invalidada como fuente de inspiración democrática.
El amor, otra idea sencilla
Frente a esas ideas que he citado, quiero oponer otra como es la del amor. Pienso que, a diferencia de esas proclamas, la idea del amor es positiva, inclusiva y universal y cuyo camino más directo y natural para llevarla a cabo es la Educación.
Albert Einstein decía que el amor es una fuerza de tal naturaleza, que es capaz de iluminar de igual manera a quien lo da como a quien lo recibe. Para Humberto Maturana, el amor es un espacio de acogida del otro en el que creamos las condiciones adecuadas para que se exprese y se desarrolle según sus necesidades. Para Paulo Freire, el amor es una fuerza liberadora que consigue que el oprimido se libere de las cadenas de la incultura y las injusticias. Como vemos, aunque la palabra amor sea tan sencilla y simple como patria, bandera, monarquía o religión, nos emplaza a una acción educativa de inclusión, de reflexión personal y de interpelación con los demás.
Para que educar sea amar, necesitamos superar el concepto de que solo basta con la instrucción. Adquirir conocimientos es una parte muy importante de la educación, pero no es suficiente. La Educación necesita de los valores y las emociones. No tenemos que complicarnos demasiado para discernir los valores que debemos fomentar, basta con que echemos mano a los valores universales recogidos en la Declaración de los Derechos Humanos.
La Educación está en contra de cualquier tipo de adoctrinamiento. A diferencia de los fariseos que hoy mancillan las palabras libertad y justicia, la educación debe desarrollar las bases de un pensamiento crítico, creativo y tolerante.
Recuerdo una viñeta de Quino en la que la madre, que va a salir de casa, le dice a Mafalda que no le abra la puerta a nadie. La niña le pregunta a su madre antes de que se marche: Mamá, ¿y si quien llama es el amor? La educación sería eso, la capacidad de saber distinguir entre las palabras simples que nos llevan a la exclusión y el odio, de aquellas otras que nos conectan con lo mejor y más positivo de los seres humanos. Es por eso por lo que decimos que la educación solo es posible desde el amor.
¿Qué podemos hacer?
Pudiera parecer que la batalla la tenemos perdida. Sin embargo, no me resigno. No me resigno primero por mí mismo, porque necesito para vivir, gritar y creer que otro mundo es posible. Si no hiciera nada, solo me quedaría la desesperanza y la espera impotente de ver cómo la vida del planeta se va deteriorando y las injusticias crecen.
Decía Saramago que intentar cambiar la manera de pensar del otro, es una falta de respeto y un intento de colonizarlo. ¿Pero entonces qué podemos hacer? ¿Nos cruzamos de brazos mientras vemos cómo el barco se va a pique?
Creo que es desde la educación, desde donde podemos abrir caminos que, respetando la autonomía personal de los demás, puedan posibilitar espacios de debate crítico. En ellos el adoctrinamiento no tiene lugar alguno. Adoctrinar nunca es educar. Curiosamente, hay quienes dicen hoy querer combatir un inexistente adoctrinamiento, quitando de los libros de texto lo que no les gusta e imponiendo sus criterios de moral excluyente.
Seguramente estas palabras no lleguen a mucha gente y, menos aún, a los jóvenes o a aquellas personas que pudieran ser las más directamente afectadas. Sin embargo, no encuentro otra manera, aunque sea tan modesta y limitada como esta, de intentar llegar hasta donde pueda. Ojalá pudiéramos multiplicar este grito desesperado, antes de que no haya nadie al otro lado de la esperanza.
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licenciado en Historia, ha sido maestro e Inspector de Educación.
Escribe artículos, realiza vídeos y es autor de libros sobre temas de Educación,
entre los que destacarían “La Investigación del Medio en la Escuela”
y “Educar es amar” (MCEP/ Entorno Gráfico).