Según elcartapaciodegollun.com, “es esta una expresión de origen mexicano. El «espanto» es una enfermedad consistente en perder el alma debido a un gran susto o impresión, y que puede provocar la muerte”. Y, según la RAE, “ver con impasibilidad, a causa de experiencia o costumbre, desafueros, males o daños”.
Pues bien, estoy por afirmar que ambas definiciones pueden unirse en una sola, sobre todo, a día de hoy, en nuestra Andalucía; la de todos; la que nos mantiene vivos de espíritu y cuerpo –aunque, como siempre os digo, con nuestras “diferencias” territoriales, más propias de las costumbres adquiridas que de cualquier otro sin sentido–: confianza y sinceridad para no morir en el intento.
Y creo no exagerar al decir que, al menos algunos, estamos perdiendo –si no es que ya la hemos perdido– la mayor parte de nuestras esperanzas en las decisiones y acciones con las que, día a día, nos sorprenden: unas veces por oscurantismo y otras por partidismo.
Al igual, quiero sostener que, a partir de aquí y más que nunca, tampoco admite revocación alguna la necesidad perentoria de acometer, con soluciones inmediatas y eficaces, los grandes problemas de nuestra sociedad: el paro, la emigración, la corrupción, la deshumanización, la discriminación, la violencia de cualquier género, la desigualdad legal y jurídica…; en concreto, todo aquello que atenta contra la dignidad humana. Comenzando por lo cercano y por lo que afecta a los “derechos humanos locales” –que aún siendo los mismos que los “generales”, al poder sentirlos de manera más cercana, sus soluciones, posiblemente, están más a nuestro alcance–.
Siempre hay que recordar que dejar pasar las oportunidades generales por primar intereses particulares se acerca a lo que podríamos considerar como “crimen de lesa majestad”, aquel que en legislativo romano estaba considerado como un “delito político, contra el pueblo, el príncipe, el estado y los ámbitos de la divinidad”.
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de
Ramón Burgos
Periodista