Álvaro Ramos Ruiz: «Las nanas del universo poético de Rodríguez Viedma»

Decía el filósofo y Premio Nobel de Literatura Rabindranath Tagore que «la poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos». Y quizás esa ha sido la idea que ha llevado al poeta granadino José Manuel Rodríguez Viedma a publicar su nuevo libro titulado Nanas de Cassiopeia (Editorial Círculo Rojo). Según el escritor, esta nueva obra (la quinta que ve la luz en su trayectoria) nace de la inspiración que le transmitió el grabado Atlas of the Heavens elaborado por el astrónomo Elijah Burrit en 1835.

Por ello, Rodríguez Viedma ha configurado un libro en el que cada poema va precedido de una constelación y de una frase que sirve de preámbulo a cada composición lírica y que nos hace prepararnos para abordar la lectura de los versos. Sin embargo, cuando uno comienza a leer el poemario, la primera impresión es la de estar ante un rompecabezas, porque Nana de Cassiopeia se nos presenta como un collage de poemas de diversas temáticas y estilos enmarcados en constelaciones. Dichas contestaciones, explica el autor, en ocasiones no guardan relación con el tema de los poemas que anteceden. Pero cuando conforme se avanza en la lectura y se reflexiona sobre los versos de Rodríguez Viedma, se advierte que más allá de ese aparente caos que se percibe en las primeras impresiones del libro, subyace una idea que le da sentido a todo el poemario.

El poeta granadino nos presenta una obra de contrastes, ya que por un lado, nos habla del universo. Pero no se dejen engañar, no habla del universo astronómico, sino de su universo poético. De ese espacio infinito que se expande y por el que fluyen sus ideas, sus pensamientos y sus vivencias que dan lugar, desde su madurez literaria, a poemas de diversa índole. ¿Y cómo nos hace llegar ese universo poético? Pues a través de lo pequeño, de lo delicado, de lo íntimo como es una nana. De ese canto suave y reservado que prácticamente se susurra al oído. Esa es la idea de Nanas de Cassiopeia: el universo poético de José Manuel Rodríguez Viedma, contado desde la sencillez de la nana.

En un momento de la presentación

¿Y qué nos presenta el poeta en su universo? Un espacio donde se dan cita la lírica y la prosa. Gracias a ellas, el escritor aborda los temas fundamentales de la vida: el amor y el desamor, como recoge en sus poemas la Nana del verbo amar o la Nana de las infidelidades; la experiencia vital, como bien se muestra en la Nana de los zapatos viejos o la Nana del cantar de los recuerdos; la soledad, tema recurrente en la literatura, en este caso ilustrada en la Nana del camino de ida; también, la espiritualidad y la fe, tan presentes en su vida como cofrade, como nos los expresa en la Nana del Dios te Salve o en la Nana del Cristo Andaluz. Así como otras cuestiones que nos va narrando a través de sus versos.

Y en toda esta poética se observa cómo José Manuel Rodríguez Viedma sigue fiel a su estilo literario. Si hay algo que caracteriza su obra, y quizás ahí radica buena parte de su éxito, es su poesía cercana y sencilla. Una poesía sin grandes artificios estilísticos, sin una estructura recargada y sin exceso de recursos literarios, porque no los necesita. El literato granadino se caracteriza por una poesía sencilla pero a su vez cargada de una gran belleza lírica, gracias al ritmo y la sonoridad que le imprime a los poemas en cada verso y en cada rima, haciendo que cada uno de ellos posea una lectura ágil que atrape al lector y que le permita deleitarse con sus palabras. En la mayoría de los casos, ese ritmo y esa sonoridad vienen dados por el magistral uso que hace del romance. Desde mi punto de vista, creo que el romance es la composición poética que mejor trabaja José Manuel Rodríguez Viedma. Buena prueba de ello, podemos contemplarlo en la Nana a medio camino, la Nana de la tierra mojada o la Nana de la fuente triste. Y cito de esta última:

Tiene mi fuente de piedra

un ramillete de plata,

con las hojas que le caen

del rosal a la ventana.

De la ventana se descuelgan

yedras recién pintadas,

maceteros de barros tristes

con florecillas amargas.

Público asistente al acto

Es precisamente en los romances, donde en ocasiones, se advierte algunas reminiscencias que nos recuerdan a la poesía de Manuel Benítez Carrasco, mentor de Rodríguez Viedma. Justamente, nuestro protagonista ha bebido en su obra de la fuente lírica del poeta albaycinero y ha sido capaz de llevar algunos de sus rasgos poéticos hasta su terreno, dotando a su obra de una impronta personal y de un sello propio. Dichas referencias carrasquianas (si me permiten la expresión), las encontramos, por ejemplo, en la Nana de las deudas:

Perdóname lo que te debo

y seguiré en deuda contigo,

pues no hay agua que bebo

que no me sepa a tu río.

Y cito otra estrofa de este poema, cuando dice:

De nada rendidas cuentas

mi amor hubiera servido,

no dejar mis alforjas llenas

ni haber andado el camino,

para devolvernos sin reservas

todos los besos que nos dimos.

También observamos algo un tanto inusual en nuestro protagonista y es que en algunos poemas, como la Nana de los ojos tristes o la Nana de las mentiras, entre otras, se aventura a la poesía del verso libre, algo muy poco frecuente en él, pero que resuelve de forma extraordinaria, dejándonos poemas de una gran belleza lírica.

El poemario se presentó en el Cuarto Real de Santo Domingo

Tras los poemas, al final del libro, nos encontramos, podríamos decir, a modo de epílogo, con La Sinfonía de los silencios. Un conjunto de prosas poéticas que nos evocan al poeta de su anterior obra en prosa, 72 horas buscando amor. En este caso, en La Sinfonía de los silencios, los textos prosaicos se aproximan más a reflexiones filosóficas que a textos líricos, ya que en ellos el autor nos hace meditar sobre esas cuestiones trascendentales de la vida que citaba al inicio de mi intervención, como el amor, la fe, la propia vida, etc., pero, en este caso, de una forma más profunda.

El poeta nos deja algunas ideas a modo de moraleja con el objetivo, creo yo, de que trasciendan más allá de libro, de la lectura misma, y que las apliquemos a nuestra vida diaria. Por ejemplo, en Una verdad a medias, el poeta nos dice: «Acoge la verdad cuando ames y se harán realidad tus promesas». O en A pie quieto, que nos invita a reflexionar con la frase: «La libertad no es poder gritar más alto y más fuerte, sino dejar que al mismo nivel se exprese el oprimido». O en La voz y la palabra, cuando dice aquello de: «La voz y la palabra en el amor, siempre atienden a otro lenguaje».

Álvaro Ramos Ruiz

Periodista y Doctor en Comunicación

y Lingüística por la Universidad de Granada

y la Université Paris Cité

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