En el inmenso espectro digital, sube más la adrenalina observar cómo aumenta el contador de nuevos seguidores que daño hace una opinión negativa
Hay quienes me reprochan el escaso tiempo que dedico a las redes sociales. Reconozco que lo justo e imprescindible a pesar de reconocer su gran valía cuando es por una noble causa. Desde luego que al ser humano no le falta imaginación pero sí mucha autoestima. Una prueba la obtenemos precisamente en la necesidad que tienen algunas personas de acumular “Me gusta”, “Me encanta”, retuits, sumar visualizaciones en sus redes sociales. Y ya no digo nada si añadimos un comentario que cubra con creces sus expectativas.
Siempre tengo la impresión de ser observado por si cumplo con el protocolo, apruebo una noticia o una foto y alzo el dedo para ser uno de los muchos que validan la prosperidad y bienestar de otros. Y parece que aquí no sirve para nada la rebelión: o estás o no eres nadie.
Dejar ver lo que queremos o aparentar tener una vida como la que deseamos, lejos muchas veces de la innegable realidad: ser, estar, tener. Ser como quien ha conquistado el éxito y ha plantado la bandera de sus logros en la tierra firme del ciberespacio, estar donde una pareja de enamorados ha decidido pasar su décima luna de miel, tener el dinero suficiente para permitirte el lujo de libertarte de la mordaza de los horarios laborales. Pero a fin de cuentas, parecer.
En el inmenso espectro digital, sube más la adrenalina observar cómo aumenta el contador de nuevos seguidores que daño hace una opinión negativa. En lugar de fomentar la comunicación con quienes tenemos a nuestro lado tejemos relaciones con desconocidos, compartimos nuestras mejores instantáneas con individuos ajenos a nuestra vida. Por si fuera poco, y para quien no sepa cómo combatir el desencanto de tener escasos seguidores, hay una solución: existen redes sociales que te permiten “comprarlos” y si no adquirir hashtags para hacer más viral un contenido.
Los psicólogos advierten de que cuando el uso de las redes sociales se convierte en el núcleo de nuestra vida, empiezan a aparecer las primeras patologías. Respirar bajo la autocracia del “Me gusta”, oxigenarnos con el postureo, promocionar el exhibicionismo de quienes exponen en escaparates su propia jaula de cristal son signos que definen la autoestima.
Aun así, vamos ensanchando el nicho de nuestra dependencia digital. Lo vemos en las salas de cine, cafeterías y restaurantes, en los semáforos y salas de espera, mientras comemos y andamos. Mientras existimos… Así lo indican las últimas estadísticas: estamos con el móvil un tercio del tiempo que pasamos despiertos.
Pero esas cápsulas de felicidad que suponen nuevos simpatizantes cualquier día nos colocan delante del espejo deformante de la depresión, la ansiedad y la frustración.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato