Y los mismos chavales que antes remoloneaban lo indecible para escaquearse del pupitre, esperaban la siguiente jornada lectiva como el que aguarda la mañana del día de Reyes. Lógico, cuando en medio de la clase de ‘mates’ tocaba ensayar la obra de teatro y la escena acababa en una explosión de risotadas. O cuando, antes de ir a comer a casa, el ‘profe’ aprendía a tocar el cajón flamenco gracias a las lecciones de sus propios alumnos, en su mayoría, por aquel entonces, de etnia gitana. César Bona no solo enseña, sino que se deja enseñar. Y cuanto más rebelde y más difícil es el chaval que tiene delante, «mayor es mi reto», reconoce. Pero ojo, que sus clases tampoco son los mundos de Yupi: «Soy una persona exigente, pero antes que exigirles yo, quiero que se exijan ellos mismos. Alguna vez he tenido que pegar un grito o dar un puñetazo en la mesa. Sobre todo al principio de curso… Luego ya frunzo el ceño y saben por dónde voy», sonríe. «Y no me canso de decirles que, sin esfuerzo, no se gana». Buen consejo.
Manera de enseñar
La manera de enseñar de César Bona (Ainzón, Zaragoza, 1972), soltero y sin hijos, licenciado en Filología Inglesa y capaz de aprobar 40 asignaturas de Magisterio en un año, está llena de innovación, de cabeza, pero también de alma. Es difícil no emocionarse con el vídeo que el propio maestro envió al jurado del Global Teacher Prize, considerado el ‘Nobel’ de la enseñanza, y que resume su labor profesional. De momento, ya se ha metido entre los 50 finalistas que optarán a llevarse el premio, dotado con un millón de dólares (alrededor de 800.000 euros) y que se fallará en marzo. En un principio se presentaban más de 5.000 aspirantes de casi 130 países. «Para mí, y después de todos los palos que nos han dado con los recortes, poder dar una conferencia ante 300 futuros profesores, explicarles que hay más posibilidades en la enseñanza, la importancia de la educación emocional… Todo esto ya es un premio. Pero si gano, invertiré el dinero en estimular la creatividad de los chavales y en formarme. Un millón de dólares da para mucho».
Ser el único español de la terna final le convierte, por derecho propio, en el mejor ‘profe’ de nuestro país. Y es claro favorito para ser el mejor del mundo. Si no, que se lo pregunten a sus chicos, que le tienen en palmitas y le siguen invitando a sus cumpleaños. O a los padres. O a los abuelos, a los que César Bona ‘fichó’ como protagonistas de un ‘corto’ que acabó congregando a 400 personas frente a la pantalla de cine de Bureta, un pueblo de 200 habitantes. «La gente reía a carcajadas y a los cinco segundos se ponía a llorar. Fue espectacular», define el maestro, que intentaba inculcar a los chavales el respeto por los mayores con aquellos ‘deberes’, en los que cuatro abuelos cumplían sus sueños con la ayuda de sus nietos. Gracias a aquella cinta y otro corto de cine mudo – ‘La importancia de llamarse Applewhite’-, Bureta dio la vuelta al mundo y se convirtió en un referente educativo. También le ocurrió a Muel, otro pueblo de Zaragoza, cuyos alumnos crearon una protectora virtual de animales, ‘El cuarto hocico’, que ya ha ganado varios premios y ha motivado la publicación de un libro del mismo nombre (Ediciones Hades). El proyecto llegó incluso hasta la eminente primatóloga Jane Goodall, que se ha deshecho en halagos hacia el profesor: «¡Qué suerte tienen los alumnos con los que trabaja! ¡Necesitamos muchos más César Bona!».
«Esto no consiste en abrir el libro, mandar ejercicios y cobrar», explica el docente, aunque él también está «obligado» a poner notas y «hacer pruebas». Cuando toca examen de inglés, «nada de rellenar huecos; estoy harto de la inutilidad de la educación». En el último control, los alumnos se metieron en un supermercado virtual… y a llenar la cesta de la compra. En inglés, por supuesto. «En clase de Lengua no solo aprendemos los determinantes. Es más importante aprender a expresarse. Y eso implica, por ejemplo, subirse a una mesa y ponerse a hablar ante toda la clase. Eso trae resultados», ilustra.
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