Pedro López Ávila: «Montesquieu y los ERE»

La política no tiene nunca principios fijos como los tiene la ética

Bajo la monarquía absoluta de Luis XV, en 1748, el ilustrado, jurista -aunque el derecho no le atraía demasiado- y ensayista francés Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, escribió un tratado de teoría política, titulado L`esprit des lois (El espíritu de las leyes), que dio sentido a una de las ideas más revolucionarias de la historia y que acabó siendo la base teórica del mundo moderno occidental. Su aportación imaginaria era la división del Estado en tres partes independiente: el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial, estructurados de tal manera que ninguno mandara sobre los otros y fuera un sistema de contrapeso en la aplicación coercitiva del ejecutivo según la necesidad del día.

Pero, naturalmente, Montesquieu, no cayó en la cuenta de que la política no tiene nunca principios fijos como los tiene la ética, y que las leyes no se hacen para limitar la potencia de los poderosos y mucho menos las de los propios políticos y bastante menos aún para detener las tropelías que se cometen desde los mismos gobiernos. Las leyes se hacen para que pesen sobre los humildes o los necesitados de protección, o quizá, para honrar la digna profesión de los okupas.

Oro aspecto, que tal vez, no tuvo muy en cuenta Montesquieu, fue la aplicación de la ley, pues cuando hay que aplicarla a ideas afines al magistrado de turno, se aplica de manera distinta a cuando las ideas son contrarias, con lo que los encargados de impartir justicia se convierten a veces en meros instrumentos al servicio de determinadas acciones ideológicas; si bien, no es menos cierto, que nuestro ilustrado jurista, Montesquieu, entendía también que las leyes debían atender de manera especial la naturaleza de los pueblos en sus estructuras sociales, tradicionales o religiosas.

El caso es que una parte importante de nuestra judicatura en la actualidad se agrupan en diferentes asociaciones denominadas «conservadores» o «progresistas», según los conceptos vitales o ideológicos de cada cual; los que no pertenezcan a unas u otras, como fue el caso de la juez Mercedes Alaya, instructora durante años del caso de los ERE falsos de la Junta de Andalucía, tienen que sobrevivir siempre acosados y marginados por el poder político. Por tanto, es de máxima urgencia entender que para el buen funcionamiento de nuestras democracias y para poder servir a los ciudadanos en igualdad, los jueces o fiscales no puede estar en manos del Poder Ejecutivo y que sea este el que designe al máximo órgano de gobierno de los jueces.

Por ejemplo, supongamos que existen una serie señores que tienen la epidermis facial tan endurecida como el cemento armado y que estos urden un plan perfectamente planificado desde el Poder Ejecutivo para cometer todo tipo de atropellos con el dinero de todos, sabiendo que cuentan de antemano con su poder por ley y, además, con el embaucamiento de un pueblo anestesiado con palabras nuevas de ideas viejas. La finalidad última de estos señores no variaría nunca, siempre sería la misma: el pasteleo para trincar –directa o indirectamente- como sea para sí y para familiares, parientes, amigos o allegados a la cofradía.

Y supongamos también que quien fuere descubre el delito y que el máximo órgano jurisdiccional (Tribunal Supremo), después de un largo recorrido jurídico, falla, ante la evidencia de los hechos, imponiendo unas determinadas penas a aquellos que hicieron el agosto en su deslealtad con la ciudadanía. Pues bien, lo que no cabe es que todo un ejército de parroquianos salga a renglón seguido vociferando que algunas de las personas condenadas son honradas, como si las conocieran de toda la vida. Vamos, todo un despropósito para la justicia, ya que no todo el mundo está dispuesto a desagradecer el bien recibido, aunque este se haya conseguido de manera chanchullera y detrimento de los demás. Las tramas tienen estas cosas.

Mientras estoy escribiendo esto me viene a la cabeza, no sé por qué, un diálogo de Rinconete y Cortadillo de Cervantes que a continuación transcribo:

Dijo Rincón a su guía:

¿Es vuesa merced, por ventura, ladrón?

Sí, – respondió él -; para servir a Dios y a las buena gente, aunque no de los muy cursados: que todavía estoy en el año del noviciado.

A lo cual respondió Cortado:

-Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente.

A lo cual respondió el mozo:

Señor, yo no me meto en teologías; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene Monipodio a todos sus ahijados.

 

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