Una prosa fresca, espoleada por el brío e ingenio en el manejo del lenguaje y la intrepidez de simpáticos personajes
Segunda entrega de las aventuras del Tuerca, en esta ocasión con el título “El parque encantado”, fruto del trabajo conjunto de los italianos Giacomo Pucci y el dibujante e ilustrador Valerio Chiola. Lo podemos disfrutar bajo el sello de Carambuco Ediciones, con traducción de Eloisa Faltoni.
Desde hace un tiempo, en el parque de San Pedicelo ocurren inexplicables sucesos que tienen en vilo a los vecinos. A todos menos a una peculiar pandilla de jóvenes intrépidos. Contratados por la Agencia del Carbón, el Tuerca, el Caña, el Aleta, la Sabelotodo y el Dandi tienen una nueva misión: resolver el misterio de por qué en el aludido parque se producen continuos robos y extrañas caídas.
Aunque no disponen de muchos medios, sí que cuentan en un aguzado ingenio. Con gafas infrarrojas, un dron y trajes negros, la pandilla se pone manos a la obra y pronto descubren que de noche el parque de San Pedicelo inspira muchas sensaciones menos la de seguridad.
Pero el plan inicial se complica cuando uno de sus miembros, el Aleta, desaparece, aunque no va a ser el único. Gracias a la astucia y habilidad del Tuerca, el equipo cuenta con material más sofisticado: una pulsera negra que manejan como localizador y un reloj que sirve como cámara de seguimiento.
La jovialidad de los adolescentes contrasta con la seriedad de los personajes adultos. Pero por encima de cualquier otro nombre, hay una gran víctima por la sobreprotección de su familia.
Las persecuciones y escondites, los camuflajes y la audacia de los personajes definidos por sus sobrenombres dan vida a la trama en una admirable edición a color que, además de numerosas ilustraciones de escenas y personajes, incluyen retos lúdicos para el lector, incluyendo un plano de veintitrés edificios y monumentos del parque de San Pedicelo.
El brío que estos jóvenes investigadores demuestran en cada una de sus acciones va pareja al perspicaz juego lingüístico que en todo momento hace alarde el autor del texto con topónimos singulares como la Escuela Cristóbal Molón, antropónimos como el viejo señor Shoes y apodos como la familia Mediapalabra; más desternillantes aún conforme nos vamos adentrando en esta divertida historia.
La diversidad de caracteres puestos al servicio de un bien común hace de la corpulencia, la inteligencia, el espíritu colaborativo, la valentía y el ingenio un arma imbatible ante cualquier adversidad.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato