En el momento de su demolición se dijo que, una vez terminadas las obras, el monumento volvería a ser instalado. Terminaron las obras, plantaron las ya mencionadas glicinias, volvieron a instalar las columnas y tejado del viejo abrevadero, hoy convertido en cafetería, pero la reinstalación del monumento a la Constitución quedó para las calendas griegas. Si alguien lo recordó nuestro Ayuntamiento hizo gala de su sordera. Ahora, suponiendo que tal monumento no haya ido a parar a un vertedero, es completamente imposible volverlo a instalar en donde estaba: su espacio ha sido ocupado por un grupo escultórico dedicado al flamenco, inaugurado a bombo y platillo hace en estas fechas poco menos de un año.
Me parece que esta sustitución de un monumento por otro no es tan inocente como parece ni se ha realizado por azar. Recordemos lo que simbolizaba el monumento postergado: el poder emana del pueblo y el mandatario debe dar cuenta al pueblo de sus actuaciones. Algo que a nuestro alcalde parece que no le agrada recordar. Es indudable que, si hubiese sido fiel al espíritu de ese monumento, muchas de sus actuaciones hubiesen sido muy distintas. Un ejemplo: antes de destruir el sistema de autobuses que antes tenía Granada hubiese preguntado: ¿desean ustedes que el LACC (línea de alto cabreo ciudadano) sustituya nuestra red de autobuses? Solo en caso afirmativo habría cometido la destrucción de la red de autobuses. Otro ejemplo: la tala o destrucción de los árboles del cuartel de las Palmas y avenida de Andaluces. Otro más: el monstruo de Puerta Real. Omito otros ejemplos por no alargar.
Pero Torres Hurtado ha sustituido la pregunta al pueblo por el ‘ordeno y mando’ y los concursos de licitación por el compadreo y el amiguismo. El hecho de colocar, sin preguntar a nadie, la escultura del flamenco donde antes, metro más arriba o más abajo, estaba el monumento a la Constitución ya lo evidencia. Pero la cosa se agrava si tenemos en cuenta cómo se adjudicó la escultura que ocupa el espacio del antiguo monumento: nuestro Ayuntamiento, en lugar de convocar a concurso el monumento al Flamenco, en el que todos los escultores hubiesen enviado su boceto, optó por el encargo al ‘amiguete’. Y el escultor amigo, en agradecimiento, nos regaló el monstruo, exactamente igual que mi sastre me regalaba la corbata cada vez que le encargaba un traje. Nuestro alcalde, siempre olvidadizo del pueblo y cumplidor con los amigos, colocó el monstruo en el corazón de Granada: nada menos que en Puerta Real. Huelga añadir que para el monumento a la Constitución, que tanto le recordaba que el poder emana del pueblo y tiene un límite, solo quedaba una opción: el vertedero.
Nota: Este artículo de Francisco Gil Craviotto se ha publicado en la página 26 de la edición impresa de IDEAL del 07/01/2015