Septiembre siempre significa comienzos, época para aceptar cambios. Septiembre es el principio de algo: una ilusión, una etapa, un nuevo aprendizaje, un paso más en la vida. Septiembre es atreverse a arriesgar una vez más, a vivir, a dar lo mejor que llevamos dentro: a enseñar y a aprender. Decía Freire que enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia construcción. Nos queda un año más de experiencias y aprendizajes, esa necesaria normalidad de ser humano, esta vez con mayor cercanía y menos restricciones, recuperando esa magia especial que se produce en las aulas en las que “Sólo lo esencial es invisible a los ojos”.
Sin educación un país no tiene futuro, por eso, en estos tiempos tan inciertos, es tan importante este inicio. El maestro transmite que cada día, cada momento, cada idea, cada palabra, cada nota musical es una oportunidad maravillosa para aprender. Para eso sabemos necesarios ingredientes como la comunicación, la innovación, la motivación, la creación, la imaginación, la satisfacción, el respeto, la empatía, la colaboración y, cómo no, la emoción, porque bien sabemos que sin emoción no hay aprendizaje. Somos maestros y maestras de una escuela pública y de compensatoria. La equidad es nuestro más grande reto y la educación la herramienta para lograr avances en ese propósito.
Nuestro deber aquí es formar ciudadanos críticos y comprometidos, que aprendan a valorar las diferencias, que sepan distinguir a aquellos a los que molestan las injusticias y los abusos de poder, porque la escuela pública hace justicia y defiende a aquellos que no tienen voz. Abrimos el año escolar en un colegio donde hay que tener presente que enseñar no es enseñar contenidos, no, también es enseñar a resolver problemas y así juntos contribuir para hacer un mundo más habitable, una sociedad más justa. Los docentes debemos contagiar, entusiasmar, hemos de brindar al alumnado esa herramienta para que puedan aprender y a la vez disfrutar del aprendizaje. Elegimos una educación para enseñar al alumnado a pensar en libertad, por un mundo y una sociedad más justos.
La palabra educación significa saber sacar de dentro. No somos cubos vacíos que hay que llenar sino fuegos que hay que encender. Quiero recordar en este primer día de septiembre una conferencia en la que alguien contaba como el buen maestro sabe que en todo ser humano hay grandeza y nuestra labor precisamente es hallarla, abrir con nuestra llave ese cofre maravilloso que toda persona esconde dentro. Para ello narra que allá por 1951 nace en Detroit un chico joven de color que pronto conocería lo que era la pérdida, pues siendo jovencito, el padre se va y él queda con la madre, una mujer que no tenía estudios y que siempre se había dedicado al cuidado de sus hijos. Así pues tiene que hacer frente a sacar adelante a los niños limpiando apartamentos, hospitales, etc. En los años 50, en la sociedad de Detroit se vive una especie de Apartheid, donde las personas de color se tenían que sentar en sitios distintos a las personas blancas, ir a baños diferentes, etc. Nuestro joven de esta historia, era un chico pobre y negro que pronto iría destacando, no por su talento ni por su serenidad, más bien por su estupidez y su carácter violento. Cualquiera fácilmente predecía que este muchacho acabaría en un penal o muerto en un combate entre bandas enfrentadas. Como la mayoría de jóvenes de su estatus, pasaba sus ratos viendo televisión, hasta que un día su madre decidiera que iban a ver menos tele e iban a leer más libros. Les obligó a leer esos libros yendo a la biblioteca pública de Detroit. El joven Benjamin, poco a poco, comenzó a enamorarse de los libros, sin embargo en el colegio tenía las peores notas. Pero había un profesor, el profesor de ciencias, que verdaderamente, era un maestro, él creía que en todo ser humano hay grandeza, que en todo ser humano hay potencial y que la misión de ese maestro es ayudar a abrir con su llave para que todo ese potencial se despegue y florezca.
Un día este maestro llevó una piedra muy rara a clase y pregunta: -¿Qué es esto? Se produjo el silencio, pues nadie sabía qué era eso, salvo una persona: Benjamin…. Pero él era el tonto de la clase. Entonces, ¿cómo podía conocer aquello? Pues porque en la biblioteca pública se había dedicado a leer libros de ciencias y por casualidad había encontrado libros y visto una foto de esa piedra. Pero, él era el tonto de la clase y si te ven y tú te sientes así, tú mismo descartas tu respuesta porque si no lo sabe el resto, tú tienes que estar equivocado. El maestro sostenía la roca y volvió a preguntar: -¿De verdad que nadie sabe lo que es esta roca? Y tímidamente el joven Benjamin alzó la mano, lo más previsible hubiera sido que aquel profesor hubiese dicho: -Vamos, Benjamin, qué vas a saber tú. En cambio, él era maestro y sabía que en todo ser humano hay grandeza, así que invitó a Benjamin a que dijera de qué se trataba. –¿Qué es, Benjamin? – Obsidiana, respondió Benjamín. – Correcto. Y, ¿sabes contarnos algo más? ¡Y anda si sabía contar mucho más, comenzó hablar de cómo afectaba las temperaturas a la roca y el frío la cristalizaba.
Aquello supuso un antes y un después en la vida de este chico porque recuperó la confianza en sí mismo. Creyó que era posible aprender y creyó en sí mismo. Pasó de ser el último de la clase a ser el primero de su colegio. Hizo realidad su más imposible e inimaginable sueño que era ser médico. Se convirtió en el mejor neurocirujano infantil de la historia, el profesor Ben Carson, quien en 1987 hizo una operación para separar a dos gemelos siameses unidos craneoencefálicamente. En todas las cirugías que se habían hecho hasta ese momento para separar dos cráneos, todos los niños habían muerto en la mesa de quirófano. En esta operación de 1987 intervinieron 70 profesionales de la medicina y duró 22 horas. Los dos niños salieron adelante, vivieron y están bien y sanos. Él aplicó técnicas especiales de cirugía cardíaca a neurocirugía. A nadie se le había ocurrido.
Año repleto de experiencias significativas
Maestros y maestras del Sánchez Velayos, todos portamos una llave que nos distingue como personas y como docentes, pero cuya misión es abrir el tesoro donde se encuentra el potencial que hay en todo ser humano, la grandeza, de ahí que tenemos la obligación y la disposición de crear espacios de oportunidad para que esas personas puedan mostrar lo que en realidad siempre han tenido y siempre tendrán pero que no todo el mundo mostrará si no logra utilizar la llave que a nosotros mismos nos hace diferentes y diversos.
Esperamos iniciar un año repleto de experiencias significativas para nuestros niños y niñas de Ugíjar, porque nosotros portamos esa llave mágica, pero son los niños y las niñas quienes nos enseñan. Nosotros tenemos la obligación de aprender a enseñar desde el cerebro que aprende, aprender a adaptar nuestra mirada a la suya, aprender a escuchar sus voces y latidos infantiles, porque a veces nos hacen sentir que los adultos somos niños empobrecidos.
No existe método de enseñanza superior a la capacidad de la mente humana. Cuando mi método falla, cuando lo que tengo planeado no llega a producir el aprendizaje deseado, no puedo decir que el que tiene dificultades es el niño que me mira, tengo que plantear modificar el método que llevo, aprender a callar para que hablen ellos. Son nuestros silencios los que conquistan su voz. Y esto, queridos compañeros y compañeras, no lo hacemos solos, esto tiene verdadero sentido y fuerza cuando portamos todas nuestras llaves y las unimos para aprender unos de otros y con otros y conforme va pasando el tiempo en la docencia afirmar que: LOS NIÑOS Y NIÑAS ME ENSEÑARON A SER LA MAESTRA QUE SOY Y ME SIGUEN ENSEÑANDO CADA DÍA, hasta el último que dedique a la profesión más apasionante que conozco.
¡Feliz inicio de curso!
Isabel Martínez Peral
Directora del CPR Sánchez Velayos
(Ugíjar)