Aunque llamó mi atención –por no decir otra palabra quizá más oportuna– el “reproche” que se me hizo al finalizar un acto público sobre el por qué no me prodigaba más en estos acontecimientos, la realidad es que –lo reconozco– me paré a pensar en el concepto que tenía de mí el interlocutor en cuestión, pues la forma de la afirmación fue más allá de una mera inquisición sorprendente.
Por aclarar, recurro a una definición sobre el término en cuestión: “Es la manera de pensar sobre algo, y consiste en un tipo de evaluación o apreciación a través de una opinión expresada, por ejemplo, cuando se forma una idea o un concepto bueno o malo de alguien” (significados.com).
Y así me permito volver a mantener que ni en política, ni en cualquier otra opción de vida, las calificaciones autosuficientes son buenas consejeras…
Es cierto que hay que abrir puertas y ventanas para que el aire puro ventile las torres ficticiamente creadas por intereses partidistas y/o económicos. Como también es cierto que hay que hacerlo respetando lo positivo de algunas de las alcobas en aquellas ubicadas.
Ya no vale recurrir a lo “mal adquirido”. En este caso no hay herencias –ni buenas, ni malas–, hay etapas sobre las que trabajar y mejorar. Necesitamos, más que nunca, muestras tangibles de verdaderos avances en la bondad del diario vivir: lo cercano es prioritario.
Hemos de acabar con la lacra de la violencia –tenga el cariz que tenga–; con la pobreza real que padecen bastantes de nuestros compatriotas; con la discriminación laboral; con el dirigismo en la educación y en la cultura; con la diferenciación entre unas ciudades y otras; con un largo etcétera de esclavitudes impuestas; en fin, con la aplicación impenitente de normas particulares no sólo lejanas del consenso –ajenas, en todo caso a la verdad–.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista