El mentiroso se condena a sí mismo y cuando vuelve a la verdad ya nadie le cree.
Cuando hablamos de impotencia, el subconsciente nos remite al plano sexual. Según los expertos en la materia, podemos encontrar la impotencia coeundi (incapacidad para mantener un coito), la erigerandi (imposibilidad de lograr la erección del miembro viril), la generandi (disfunción que impide procrear aunque se produzca la penetración) y la psíquica cuando la erección depende de problemas mentales.
En cambio, si nos ocupamos de aquella otra impotencia que la RAE define como falta de poder hacer algo, igual tenemos que ponernos algo más serios. Porque está aquella impotencia que surge de crearnos falsas o altas expectativas y luego, con ellas en permanente pensamiento, el zambombazo es espectacularmente doloroso. Y luego la impotencia ante las mentiras, y no pienso precisamente en las piadosas. En estas, el castañazo es magníficamente decepcionante. También hay un sitio de honor para el autoengaño, para el embuste con la insana intención de impresionar, para la mentira sin escrúpulos que persigue menospreciar al prójimo, la patológica, la impulsiva…
La mentira como protección a uno mismo o a otro y la mentira por costumbre. Mentir por costumbre es como vivir una vida paralela, una distorsión de la verdad que te hace juzgar erróneamente a personas como leer de manera virtual el día a día. Y esto te conduce a una falsedad global sin límite de velocidad. El fingidor se condena a sí mismo y cuando vuelve a la verdad ya nadie le cree portando como lleva la antorcha de la vanidad.
A todos los jóvenes advertimos de que tengan cuidado con el mundo de las apariencias cuando, en realidad, somos nosotros los primeros en caer en el puro engaño. Quién podría pensar que en los desiertos las noches son bien frías. A menudo, el embuste nos pone a prueba en su tentación.
En la comedia Un seductor a la francesa, el protagonista masculino es bien recibido en una familia adinerada, a cuya hija menor ha pedido la mano. En cambio, la hermana de esta se ha percatado de las malas artes del Capitán Neuville, un hombre al que únicamente le importa él mismo que vive a merced de tretas y sucias artimañas siempre en beneficio propio. En defensa propia llega a decir: «Somos lo que el mundo nos hace. Si me trata como a un vagabundo soy un vagabundo. Si me concede la gracia de acogerme soy amable y elegante». Cuando Elisabeth reconoce no entenderle, el capitán vuelve a argumentar: «Es muy simple, Elisabeth. En otra parte no soy nada. Aquí soy el capitán Neuville».
Un farsante jamás reconocerá su inoperancia distorsionadora y quedarás tú como el inepto en su propia maraña. «Antes se coge al mentiroso que al cojo» pero aquel nunca correrá porque además tiene la desfachatez de mantenerse en su puesto como una prueba más de su increíble verdad encubridora y ya sabe: «Quien en mentira es cogido, aunque diga verdad no es creído».
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato