Confieso que se me escapó –y, además, en una conversación con un buen amigo que nada tiene que ver con el arte y la técnica de la navegación–: “me la trae al pairo”, cuando, en realidad, ni siquiera debería de haber dicho “no me importa lo más mínimo”; pero es que hay situaciones en las que hasta mi probada tranquilidad pierde los estribos (de lo que me arrepiento sinceramente).
Hablábamos sobre los “cambios de chaqueta” y las “puertas giratorias”, tan de moda en estos días, y creo que los dos teníamos en la cabeza ideas que iban más allá de lo que está sucediendo: entre otras, la próxima, y ya real, aceleración de colocar a tantos y tantos “serviles”, por si las expectativas se vuelven contrarias a lo que se sueña o desea –y repito, una vez más, que no me refiero sólo al ámbito político, pues, no os quepa la menor duda, los ejemplos de lo dicho se están dando en la mayoría de los sectores sociales–.
La charla continuó, aunque hubo que cambiar de tema para evitar alteraciones innecesarias y que, al final, no conducen a nada positivo. Y es que, como sabéis, a pesar de mi comentada salida de tono, soy partidario del diálogo sincero – escuchar, meditar y aportar puntos de vista positivos– y no del “hasta aquí llegó”.
Ahora quizá entendáis la razón por la cual mi interlocutor y yo no deseábamos continuar escrutando caminos denostados, refiriéndonos únicamente a nuestras percepciones, pues, ni él ni yo, en forma alguna queríamos compararnos con cualquier grey de “palmeros mentecatos” –por llamarlos de alguna manera– de las que florecen día a día, aún no siendo primavera (¡no sé si tendrá algo que ver con el cambio climático!).
Esta vez sí: podéis reprocharme que sea un “soñador de concordias”. No sólo me lo merezco, sino que quisiera tenerlo como blasón.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista
.