Que si la religiosidad popular; que si la política popular; que si las actividades populares; en fin, que si lo “normal” –o así debería de haber sido siempre– en determinados ámbitos, algunos más de los ya citados, se está “empoderando” de forma desmedida y con unos fines contrarios a su génesis indiscutible.
Y, de corazón y alma, me pregunto el por qué: ¿será una caza de fieles servidores? ¿Andan buscando votos perdidos? ¿Están usando viejas fórmulas de apaciguar inquietudes?
Lo cierto, al menos para mí, es que, ahora más que nunca, hay que poner en marcha nuestra “máquina de la elección sin necedades”, siendo fieles a nuestras tradiciones más contrastadas, a nuestra fe –sea cual fuere– y a las costumbres de la tierra que habitamos.
Si siempre me resultaron repugnantes las imposiciones sin ton ni son –es decir, sin razón alguna–, en los momentos por los que atravesamos estimo que no es de ningún modo permisible que los abusos, de éste o de ningún otro tipo, sigan produciéndose aunque tengan forma y maneras “intelectuales” (“intelectualoides”).
Así espero que no os extrañe –como ya os dije una vez, recordando las “Treinta y una cartas supuestamente escritas por el anciano diablo Escrutopo, un demonio malvado y voraz, a su sobrino Orugario, un demonio principiante” (The Screwtape letters, C. S. Lewis, Manchester Guardian, 1942)– tenga una sensación muy cercana a la más pura dramaturgia teatral… Como si el autor o los autores de la obra no hubiesen calculado bien el argumento y, sobre todo, el final, dejando que los actores interpreten a su modo y manera, sin respeto alguno por el libreto original… Aunque también –os lo confieso– tengo la sensación contraria: que todo lo dicho está perfectamente diseñado por su creadores; y los intérpretes sólo son marionetas manejadas con certeros hilos.
¿Habrá que pedir auxilio a todas las fuerzas conocidas para poder plantarnos ante tamaños desafueros?
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de
Ramón Burgos
Periodista