Una novela negra en donde la investigación no se hace a partir de un crimen sino a través del enigma de grabados antiguos cubanos
Con El fin del juego, el joven escritor cubano Xavier Carbonell se hizo merecedor del XXV Premio de Novela “Ciudad de Salamanca”. Podemos disfrutar de su lectura en Ediciones del Viento.
Cuando la novia de Sergio Mestre, Paula, le entrega a este un sobre con dieciséis litografías del siglo XVIII conseguidas en el anticuario de Severo, la vida de aquel va a cambiar radicalmente en cuanto se convierte en una obsesión por el enigmático significado que encierran. Al no conseguir desentrañar su indescifrable sentido, recurre al profesor universitario Lorenzo Lacret con la esperanza de conseguir dar con los símbolos de los grabados. Además de ejercer como docente en la facultad, Sergio trabaja como ayudante de albañil para una empresa de construcción estatal en la que es contratado con un nombre falso con la misión de desmantelar los turbios entresijos de su interior para luego poder escribir sobre ello.
Al no dar sus frutos las indagaciones superficiales de Lorenzo, Sergio confía en la astucia de un exprofesor, ya retirado, Ezequiel Chong, docto apasionado del grabado nacional cubano. Este le irá encargando distintas tareas. En una de estas misiones, Sergio tiene que hacerse pasar por un guardia nocturno del hospital psiquiátrico, con un objetivo muy claro: hallar un grabado auténtico de Mialhe que obsesiona a Ezequiel y que recoge escenas de la vida cubana del siglo XX; en concreto, de la antigua villa de San Juan de los Remedios de Cayo.
En cambio, es a partir del asesinato de Lorenzo cuando la vida y reputación de Sergio corre verdadero peligro. En realidad, Lorenzo era contrabandista de libros y grabados que pertenecían a la universidad. En este punto de la novela, experimentamos como lector una doble sensación: el desconcierto al reconocer que los personajes muestran distintos rostros, y la curiosidad y tensión por saber quién es qué.
Entre este juego narrativo que mantiene en una permanente incertidumbre al lector, Ezequiel tiene un último encargo para su pupilo: encontrar la Rosa de Hamburgo que había pertenecido a su madre. Después de la desafortunada casualidad de que el día en el que Sergio consigue localizar dicho botín, roban siete ejemplares de la biblioteca.
En contraste con este ambiente bibliófilo hallamos el que aporta el Café de los Apocalípticos, más distendido y variopinto, en donde el alcohol y el tabaco acompañan conversaciones que juzgan el sistema castrista sobre todo.
Son varios los personajes delatores que buscan su propio beneficio y sobre los que Sergio tiene una concepción bien diferente a la real. Por este motivo, si bien Sergio se nos antoja un muñeco inquieto en manos de Ezequiel, el verdadero conductor de la trama es este que instruye e introduce un nuevo corpus discursivo cuando –interrumpiendo la linealidad de los hechos– vincula los enigmáticos grabados con los que comienza la novela a una familia belga que a principios del siglo XIX llegaron a La Habana. Los hijos gemelos de esta no pueden ser más contrapuestos: uno aplicado como impresor y el otro disperso en otros intereses. A la credibilidad del relato por parte de Sergio ayuda el hecho de que él mismo fue gemelo aunque su hermano falleció en el parto junto a su madre.
En Ezequiel descubrimos una psicología inteligente y calculadora, analista talentoso que interpreta los hechos y pone en acción al ejecutor de sus planes, Sergio, desde el confort de su hogar, pues su sobrepeso le impide contar con la agilidad necesaria para indagar él mismo.
Pensando en el lector, el escritor Xavier Carbonell nos ayuda en esta compleja trama cuando en uno de los últimos capítulos emplea otra argucia que desvela por fin el sentido de todo: una carta que Ezequiel le dejó a Sergio antes de morir desvela quién fue aquel y su carácter de verdadero demiurgo de la historia.
Con reminiscencias de Borges, José Lezama Lima y Julio Cortázar entre otros, bien es verdad que el juego recorre la novela pero al mismo tiempo trasciende lo que en ella puede haber de lúdico pasatiempo. Siendo esta una novela negra, en ningún momento encontramos la figura de agentes policiales ni continuos interrogatorios; todo se resuelve entre delatores. Ni siquiera el asesinato de Lecrot constituye el elemento fundamental de la trama. Todos estos ingredientes hacen de El fin del juego una novela que atrapa por su desconcierto y que atrae por los múltiples e imprevistos recovecos que envuelven la trama.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato