Juan Antonio Díaz Sánchez: «Ante el machismo, tolerancia cero»

El viernes se celebraba el 25-N, que es el Día Internacional contra la Violencia de Género, una jornada que nos invita a reflexionar, pensar y repensar sobre una de las lacras sociales más peligrosas, execrables, deleznables, asquerosas, repudiables…, que nos han de avergonzar como sociedad y, en el caso de quien escribe, como hombre: la VIOLENCIA de GÉNERO. He querido escribir con letras capitales este concepto porque a las cosas debemos llamarlas por su nombre y no utilizar eufemismos que las relativicen como algunos pretenden. La violencia de género, ejercida por los hombres, está matando a mujeres, por el simple hecho de serlo, al ser asesinadas por sus respectivas parejas. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, el ejercicio de dicha violencia, por parte de los hombres, acaba provocando terribles crímenes machistas.

Esta horrible situación, en mi opinión, sólo se puede paliar endureciendo las penas, que castiguen a los agresores, recogidas en el código penal del ordenamiento jurídico vigente; y con la verdadera y efectiva educación en igualdad de las nuevas generaciones que componen la ciudadanía. Ésta última, es decir, la educación, es la herramienta más útil y eficaz para intentar erradicar esta terrible lacra social, que es la violencia machista, puesto que “si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca igualitaria en España, ya nadie podrá arrebatarle la igualdad y la libertad, nadie podrá robarles ese tesoro.” He querido parafrasear –adaptándolo para la ocasión− parte del discurso del maestro republicano, “Don Gregorio”, protagonista de la película «La lengua de las mariposas»; y es que la verdadera igualdad entre hombres y mujeres, es decir, la igualdad de género ha de conseguirse a través de la educación porque, como reza un viejo refrán castellano: «desde chiquitico se cría el arbolico». Al igual que tampoco es menos cierto que la lucha contra la violencia de género también «es cosa de hombres» pues que nunca se nos olvide a los varones.

He comenzado a escribir este artículo de opinión con unas reflexiones que, debido a su contrastada evidencia empírica, se convierten en una axiomática verdad incontestable, lamentable, preocupante y desgraciadamente. Cada día que pasa estoy más convencido y reafirmado en dicha convicción que todo aquello que es capaz de realizar un hombre, lo realiza una mujer y viceversa. A esto es a lo que llamamos igualdad de género. A pesar de que en muchos ámbitos sociales –tristemente, más de los que deberían existir, puesto que no debería de haber ninguno−, sobre todo, en aquellos integrados en las zonas más rurales, es decir, en las zonas que, a día de hoy, se han venido a denominar como la España vacía, las desigualdades de género son todavía demasiado pronunciadas y palmarias a favor de los hombres y en contra de las mujeres. Paulatinamente, conforme se van desarrollando las nuevas generaciones rurales, el machismo va disminuyendo pero, lamentablemente, no a la velocidad que debiera o a la misma que disminuye en los ámbitos urbanos.

En mi entorno personal estoy rodeado de inconmensurables mujeres, cuya grandeza no conoce límites, capaces de conseguir cualquier cosa que se propongan por sí mismas y sin necesidad de compartir este logro con persona aluna. Es más, puedo decir porque es cierto y me enorgullezco muchísimo al decirlo, que muchas de las mujeres, que son mis amigas y protagonistas de mi vida personal, gracias a su esfuerzo y trabajo particular han llegado muy pero que muy lejos, en algunas ocasiones, incluso teniendo que «remar a contracorriente», pero aún así, ellas saben volar alto, cada vez más, por sí solas sin necesidad de nadie que las aúpe.

Las mujeres brillan con luz propia, no precisan de ningún hombre que las alumbre. Aunque no existe maldad alguna en las relaciones entre hombres y mujeres, al contrario, existe bondad, como también la existe en las relaciones entre mujer y mujer, y hombre y hombre; pero siempre y cuando dicha relación entre esas dos dichas personas sea sana. Y ¿a qué llamo yo una relación sana? pues siempre la suelo explicar con un ejemplo musical. Para mi entender, una relación sana ha de ser como la mantenida entre las cuerdas de un laúd. Si nos fijamos en éstas, las mismas están ubicadas paralelamente entre sí y a la misma distancia, son independientes la una de la otra, y, a su vez, son complementarias la una de la otra pero no indispensables; mantienen la misma afinación pero si se produjera el cruce de la una con la otra, se solaparían y no sonaría ninguna.

Créanme, amables lectores, cuando les digo que me alegra enormemente comprobar que esto es así porque, poco a poco, aunque sea más lento de lo que a la mayoría de las personas nos gustaría, esto que hemos dicho en el párrafo anterior es indicativo de que una mujer puede ser lo que ella quiera ser y llegar hasta donde ella quiera llegar puesto que sus capacidades son exactamente iguales a las de los hombres. Por supuesto, esto huelga decirlo, pero lo he dicho porque esta obviedad hasta no hace muchos años, en nuestra sociedad española, se ponía a cuestión por las autoridades intelectuales, médicas, jurídicas, políticas, religiosas y militares del momento, todas ellas ejercidas por varones, naturalmente.

A modo de ejemplo de lo que estoy diciendo, no tenemos más que leer los diarios de sesiones, celebradas en el Congreso de los Diputados, durante el segundo semestre de 1931, cuando se debatió si en nuestro país la mujer debía tener derecho a voto o no. En aquel momento histórico y político de España, con la recién proclamada II República, que, junto a la actual Monarquía Parlamentaria, fue el sistema político más democrático que ha existido en la Historia de España. Pues bien, tan sólo había tres diputadas en dicha cámara legislativa republicana: Victoria Kent (PRRS), Margarita Nelken (PSOE) y Clara Campoamor (PR). Como de todos es sabido, fue gracias a ésta última que las mujeres tuvieron derecho a voto en este país por vez primera en toda la historia del parlamentarismo español.

Pues bien, en esos debates parlamentarios llevados a cabo por las Cortes Constituyentes Españolas, cuya única finalidad era elaborar la Constitución de la II República, también conocida como la Constitución de 1931, las únicas tres mujeres, que fueron partícipes en dichos debates, hubieron de escuchar los “argumentos” esbozados por los señores diputados para intentar justificar lo injustificable, es decir, para justificar el hecho de negar el derecho de voto a las mujeres que, si los escuchásemos actualmente, nos resultarían ridículos, delirantes y, en algunos determinados casos, hasta hilarantes.

No obstante, en aquel momento político, los intereses electoralistas y políticos de parte de la izquierda –la más radical y buena parte de la centrista, salvo el PSOE, no eran partidarios de conceder el derecho a voto a las mujeres porque pensaban categóricamente y creían enérgicamente que sería concedérselo a sus confesores, lo que era lo mismo, a la derecha política− fueron tan enormes que llegaron a provocar el voto negativo de Victoria Kent. A esto debemos de añadir el total apoyo de la mayor parte de la derecha española a Clara Campoamor en su lucha por la consecución del voto femenino, no porque los diputados conservadores creyeran en la igualdad de género, sino por las mismas razones que la mayoría de la izquierda se oponía.

Sin embargo, gracias a la tenacidad, ímpetu, coraje, fuerza, ilusión, férreas convicciones y principios, sentido de la igualdad y de la justicia, brillante oratoria y enorme altura intelectual de Clara Campoamor, en España bastó con una sola mujer para, en unos meses, convencer a la mayoría parlamentaria de la cámara y así vencer en su lucha por la consecución del sufragio universal: masculino y femenino, lo que verdaderamente debía de ser el sufragio universal propiamente dicho. Desgraciadamente, todo terminó con el golpe de Estado de 1936, el inicio de la Guerra Civil Española y, a su término, la instauración de un Estado Totalitario mediante la Dictadura de Franco, que sumió a España durante cuarenta años en una absoluta y total ausencia de libertades y derechos humanos. A la muerte del dictador Franco, de triste memoria e infausto recuerdo, cuando, en el marco de la Transición Democrática Española, se celebraron las primeras elecciones generales, libres y democráticas, el 15 de junio de 1977, nadie se atrevió a cuestionar el derecho a voto de las mujeres, en este país, que renacía de sus propias cenizas. En la inmensa mayoría de los países occidentales hizo falta la organización del movimiento sufragista y su actuación durante varias décadas, ejerciendo su beligerante lucha reivindicativa, para que en éstos las mujeres alcanzaran su legítimo derecho a voto. Sin embargo, en España bastó con una sola mujer, una gran mujer, y seis meses para conseguirlo.

He querido poner este ejemplo y, a la vez, desarrollar su explicación porque viene muy bien para ilustrar aquello que estamos diciendo en este artículo. Pero, llegados a este punto, recapitulemos. La mujer es tan capaz como el hombre, en mi opinión personal, lo es más, por la sencilla razón que los varones, por el simple hecho de serlo, a lo largo de la historia siempre hemos estado en el plato privilegiado de la balanza social española pero las mujeres han luchado y, tristemente, en ciertos aspectos, todavía han de luchar ferozmente por equilibrar dicha balanza social, no siempre con éxito.

Lamentablemente, en los últimos días, hemos vuelto a ver y escuchar como una mujer, en este caso, Irene Montero, ministra de Igualdad del Gobierno de España, fue acusada en sede parlamentaria por la diputada de vox, Carla Toscano, de estar donde está por ser pareja de quien es. Concretamente la señora diputada ultraderechista dijo textualmente: “…cuando el único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. Anteriormente he dicho que hemos vuelto a escuchar porque no es la primera vez que dichos comentarios, nauseabundos y vomitivos, han sido vertidos sobre una mujer, en este caso concreto, Irene Montero. Por ejemplo, la Señora Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, dijo sobre la Señora Ministra que “su mayor éxito político es ser pareja de…” El mismo Pablo Casado, cuando era presidente del PP y líder de la oposición, dijo literalmente: “tenemos a una Ministra en el Gobierno por ser la mujer de un Vicepresidente.” Macarena Olona, esa gran “parlamentaria andaluza”, residente en Salobreña (Granada) como es público y notorio, sabido y consabido por todo hijo de vecino, y ejemplo a seguir de honestidad e integridad política, dijo a Irene Montero: “…en realidad se siente muy inferior a los hombres y llena de complejos”. Cayetana Álvarez de Toledo dijo acerca de la ministra de igualdad: “No hay, en serio, mujer más humillada que ella en la política española”. La concejala de C’s en el ayuntamiento de Zaragoza, Carmen Herrarte, en una comisión municipal celebrada en dicho consistorio, dijo: “…están donde están por haber sido fecundadas por el macho alfa y por eso son ministras”. Por supuesto, como no cabía esperar menos, también se sumó al ejercicio del insulto la periodista conservadora, Isabel San Sebastián, que dijo sobre la ministra Montero, literalmente, lo siguiente: “…lo único que tú has tenido que conquistar es la cama de Pablo Iglesias (…) y de ahí has pasado a ministra por la vía más vieja del mundo.” No obstante, actitudes como éstas, lamentablemente, las vemos y escuchamos a lo largo de todo el arco parlamentario. Resulta que también el propio Pablo Iglesias, en una tertulia televisiva, dijo sobre Ana Botella cuando ésta era Alcaldesa de la villa de Madrid: “…es la que encarna ser esposa de, nombrada por, sin preparación (…) Una mujer cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido; y de los amigos de su marido.” Sin lugar a dudas, podría seguir rellenando páginas y páginas, y tendríamos para escribir un libro que bien podría titularse: “El arte de insultar o de cómo descalificar al adversario”.

¡Ya está bien! Esto es inadmisible. Una mujer es única protagonista y responsable de sus éxitos y de sus fracasos como cualquier persona. Nunca, jamás, en nuestra actual sociedad, una mujer llega a estar donde ella quiere estar por ser esposa de, pareja de… ¡Ya basta! Las mujeres son protagonistas de sus propias vidas, de los éxitos profesionales y personales logrados en éstas; y lo son por sí solas, por ellas mismas, sin necesidad de existir nadie más, salvo la existencia de sí mismas, para alcanzar todo aquello que se propongan. Toda la cantidad de insultos y descalificaciones, que antes he recopilado a modo de ejemplos, son la evidencia de la violencia machista verbal ejercida por hombres y mujeres contra mujeres.

En conclusión, que en pleno s. XXI, estemos viviendo estas lamentables situaciones donde el machismo campa a sus anchas, ejercido, con total impunidad, por hombres y mujeres contra mujeres; es, cuanto menos, para hacernos unas cuantas preguntas como sociedad: ¿qué seguimos haciendo mal para que la violencia machista se mantenga y ejerza? y ¿qué se puede hacer para erradicar dicha violencia de género: verbal, psíquica o física?

Miren ustedes, en mi villa natal y lugar de residencia, Caniles (Granada), desde el año 2003 y hasta la fecha, el ayuntamiento de esta localidad ha estado y está presidido por tres mujeres distintas, que han ostentando la vara de alcaldía, según los resultados electorales han ido dictaminando. Estas tres mujeres han sido alcaldesas de la villa de Caniles por méritos propios –al liderar sus respectivos partidos políticos, a nivel local, y encabezar, en la mayoría de las ocasiones, las listas electorales que estos han presentado hasta el día de hoy− y por la voluntad democrática, del pueblo de Caniles, expresada ésta a través de los distintos comicios electorales. En los últimos veinte años, la villa de Caniles ha estado regida por una alcaldesa, y esa mujer, haya sido alcaldesa por el partido político que haya sido, ha conseguido ese logro político por sí misma y por ser la depositaria, en su persona, de la voluntad democrática de los canileros y canileras. Y yo que me alegro de que sea así. Sirva este ejemplo como hecho paradigmático de cómo debe ser nuestra sociedad: LIBRE e IGUALITARIA.

 

 

 

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