Los bárbaros visigodos,
a pesar de haber vencido,
ven la Romanización
como un valor adquirido
asumiendo la cultura
del magno imperio rendido.
Sobresalió en la sapiencia
un personaje erudito
llamado san Isidoro
que ejercía de arzobispo
en la sevillana Híspalis,
urbe de magno prestigio,
y sus “Etimologías”
compilaron lo sabido
desde los arcaicos tiempos
hasta aquel séptimo siglo.
Suevos, vándalos y alanos
con un afán destructivo
asolaron torpemente
el territorio invadido;
pero no los visigodos
que fueron muy comedidos
con la cultura romana
arraigada en los nativos.
Se estableció el arte nuevo
con resplandor expansivo;
mausoleos y baptisterios,
monumentos genuinos,
pétreas iglesias, ermitas
al estilo bizantino.
Cripta de san Antolín,
sita en un paraje idílico
o la iglesia de san Juan
por los campos palentinos.
El tesoro de Guarrázar,
labrado con sumo brillo,
fue fabricado en Toledo
con gran destreza y oficio.
Hubo letal epidemia
con efectos muy nocivos
causando gran mortandad
que diezmó a los nativos
y en la frágil monarquía
supuso otro desafío.
A partir del siglo séptimo
se acentúan los conflictos
y las luchas sucesorias
con continuos regicidios
debilitaron gobiernos
de reinados muy exiguos.
Suintila, Wamba, Witiza
y el último rey, Rodrigo,
sepultaron para siempre
aquel reino primitivo
conquistador de la Hispania
con ardor y sacrificio.
Varios nobles visigodos,
enfrentados a Rodrigo,
se aliaron con los árabes
agigantando el peligro;
al final, Tarik y Muza,
dos renombrados caudillos,
vencieron en Guadalete
infligiendo un gran castigo
a las huestes visigodas
y al mismo rey don Rodrigo.
Con estas vicisitudes
hubo un cambio decisivo
instalándose en Hispania
el credo del islamismo.