Para alguien que padece cáncer, hablar de muerte, es como intentar buscar los ojos del monstruo que se esconde debajo de la cama entre el silencio y la oscuridad de una noche de infancia. Como amante de la música, imagino a la muerte como el clavijero de una guitarra, ese sitio donde están instaladas las cuerdas para poder ser afinadas. A la que hay que mirar y ser conscientes, que sin ella, la vida como una guitarra abandonada, estaría desafinada. Es por eso que la miro sin desafiarla, tensando las cuerdas para que mi vida suene en un armónico acorde.
Con un casco, un traje mimetizado y una patada en el culo, me encuentro desarmado en una guerra, donde solo yo puedo inventarme los escudos y espadas para sobrellevar cada batalla que se ejecuta en un circo romano donde van cayendo vitoreos y ovaciones ¡Tu puedes! ¡Siempre palante! ¡Tu eres fuerte! Donde el doble filo de esos ánimos, cuando te encuentras exhausto y cansado, dejan sangre en la arena. Veo como se van abriendo las compuertas por donde intuyo que saldrán los leones, con la única esperanza que me escuchen cuando diga con voz temblorosa que soy vegetariano. Pero observo incrédulo que por las compuertas no sale nada y que el estado de embriaguez que voy notando no lo causa una cerveza, sino una aguja clavada en el pecho, que va suministrando un líquido que irónicamente va matando mis células para dejarme vivir. Y comienza un camino laberíntico por donde comienza mi huida particular de la muerte. Mientras oigo su risa sarcástica y terrorífica que me avisa de que está cerca, pues siguen sin interrupción las constantes muertes acaecidas por esta enfermedad. Sabe dónde vivo y no merece la pena cambiar de nombre. A pesar de la poca eficacia, me disfrazo de arlequín para darle esquinazo cuando acecha en la consulta de oncología, ese lugar o tribunal donde las sentencias no te envían a la silla eléctrica sino a la silla de quimioterapia. Quizás lo haga de juglar, para hacerla reír y mantenerla entretenida. Sin embargo el que más me gusta es el que utilizo poniéndole a ella: Una cofia, cinturón de castidad y aletas de buzo, para que a la gente que me quiere, cuando la vean de esa forma tan ridícula, su merodeo no les parezca tan terrorífico.
Me encuentro con gente, que con la buena intención de lamentar las desgracias que me van cayendo, se crea un ambiente lastimero al que me niego rotundamente respirar. Y más que relatar que hay gente en situaciones bastante peor que la mía, rememoro a mis amigos que han muerto, a Migue, Tomy, Jesús, mi padre…
Igual que utilizan tranquilamente el mismo abrevadero la cebra y el león, yo ya puedo hacerlo con la muerte. Puedo leer la palabra cáncer y no sentirme como una indefensa criatura malherida. Quizás me preocupe menos por mi futuro, pues estoy centrado en tener en este presente una vida plena, disfrutando de mi familia y llenándola de proyectos haciendo felizmente cosas que anteriormente, en mi vida de trabajador autónomo, no hubiese podido hacer en más de una vida. Me encuentro con gente, que con la buena intención de lamentar las desgracias que me van cayendo, se crea un ambiente lastimero al que me niego rotundamente respirar. Y más que relatar que hay gente en situaciones bastante peor que la mía, rememoro a mis amigos que han muerto, a Migue, Tomy, Jesús, mi padre… ¿Qué no darían ellos para estar un solo día metidos en mi cascarón? ¿Qué nivel de felicidad les embargaría poder disfrutar del placer que se les vetó de estar viviendo? Quizá sea esa la mejor alternativa para evitar caer en la autocompasión y valorar mi cascarón, aunque un poco defectuoso, suficiente para poder seguir saboreando cada día.
Irremediablemente, siempre se escuchan comentarios sobre la edad del que desgraciadamente ha sido elegido por la muerte, que de alguna forma, dejan entender que cuanto más joven más pena. En la que estamos obsesionados por pasar de los cien años, aunque sea a cambio de estar postrado en una cama en unas condiciones que hace de la vida sea una tortura, pero nunca he escuchado nada que valore una vida plena, que aprecie más la intensidad que la cantidad. Que afirme la frase que decía Kurt Cobain: Prefiero quemarme a apagarme lentamente.
Siempre he pensado que los 64 años con los que murió mi padre, hizo que su vida fuese corta. Yo ahora yo con 51 años y con metástasis, firmaría con los ojos cerrados por alcanzar su edad.
Siempre he pensado que los 64 años con los que murió mi padre, hizo que su vida fuese corta. Yo ahora yo con 51 años y con metástasis, firmaría con los ojos cerrados por alcanzar su edad. Intento desprenderme de ese egoísmo que se nos ha inculcado frente a la vida para que sea lo más larga posible, sembrando y petando mi vida para que luzca sana y gordita. No es que esté resignado, pues sigo peleando con uñas y dientes para seguir enganchado a esta vida, y hago este alegato a la muerte para demostrarme a mí mismo y si le sirve a alguien mejor, de que es cierto, sin un atisbo de soberbia ni valentía, que no tengo miedo a la muerte, o al menos evitar estar aterrado cuando me encuentro frente a ella. Y así evitar el vomitivo y pestilente olor que crea el temor al mezclarse con la piel de los días. Sin embargo, no tengo esa certeza si la muerte intenta mirar a alguien que no sea yo. Tampoco es esto una carta de despedida, espero aburriros con mis reflexiones durante mucho tiempo. Al menos mi hermana siempre me alienta diciéndome que la sanación del cáncer está cerca.
Le digo a mi mujer: que sea en el tobogán de tus brazos si algún día he de partir, y que mis cenizas poco importa donde busquen su reposo. Que sean mis reflexiones y canciones, desde mi tormenta contenida, las que se esparzan a través de mi pequeño universo en constante expansión, y que vuelen por vuestras cabezas para que dejéis germinar una estrella en la noche de vuestros sueños. Que enmudezcan el repicar de las campanas si lo hicieran por mi partida. Que mi ausencia no sea un hueco silencioso donde mane la tristeza. Coged mi recuerdo en vuestras manos como semillas y dejadlas caer para que besen el suelo de mi ausencia y que broten flores con forma de sonrisa
Vencer al cáncer, no es sobrevivir a esta enfermedad, es perder el miedo a esa muerte que nos merodea.
Francisco
Porcel Barrales