“La vida es una enfermedad con una mortalidad del 100%”, afirman muchos psiquiatras. La Iglesia Católica transmite un mensaje similar hoy, el “Miércoles de Ceniza”, cuando los creyentes somos marcados en la frente con las cenizas, de los ramos de olivos del año pasado previamente quemados, mientras el sacerdote nos recuerda: “Polvo eres y al polvo has de volver”. Las películas de autor y la Iglesia Católica son dos de los pocos sitios donde la muerte sigue siendo parte de las conversaciones públicas. En otros lugares, la muerte se disfraza de suaves eufemismos, como “irse” o “quedarse dormido”.
Actualmente, si se nos pregunta cómo queremos morir, generalmente decimos que queremos que suceda rápidamente, sin dolor y, preferentemente, mientras dormimos. Esto no habría tenido sentido para las generaciones pasadas. Durante siglos, lo que más se temía era “morir sin estar preparado”. La muerte era una oportunidad para poner las cosas en su sitio. Material y espiritualmente. Para decir las cosas que habían quedado sin decir: “Lo siento”, “me equivoqué”, “siempre te he querido”. Se solía morir rodeado de la familia, en sentido amplio. Ahora, también se muere rodeados de tecnología, cosa buena, porque la ciencia médica siempre ayuda en los momentos difíciles y de dolor.
Una cultura que, con rapidez, mantiene la muerte fuera de su vista y de sus pensamientos, es decir de lo público, es una cultura que cada vez es menos capaz de confortar a otros en su dolor. Desde los más cercanos, como a un familiar, o a un vecino. A los más lejanos, como a quienes sufren los devastadores efectos de una guerra o de un terremoto en países a unos pocos miles de kilómetros. O quienes sufren hambre, miseria, incultura, pobreza o enfermedad, sea muy cerca o algo lejos.
Aquellos que renuncian a cosas, materiales o inmateriales, en “Cuaresma”, a menudo viven estos días como un tiempo de alegre mejora de uno mismo. Los sacerdotes y los directores de cine de autor, posiblemente no estarán de acuerdo en las respuestas a las preguntas sobre el significado de la vida, pero seguro que comparten la opinión de que no podemos resolver el significado de la vida si no planteamos la cuestión de la muerte y buscamos intentar “construir un mundo mejor”, personalmente y como ciudadanía.
Antonio
Alaminos López,
maestro retirado