A mi ciudad –quizá también a la tuya–, últimamente, parece que no hay quien la entienda, como si sus renglones fuesen escritos con ‘letra de médico’; o, mejor dicho, como si el refrán, que yo creía en desuso, «Dios me dé contienda con quien me entienda» («Ya que no estamos libres de luchas, se desea un rival razonable. (…) ya que la conversación con gente necia provoca mucha pesadumbre», cvc.cervantes.es), se estuviese actualizando y pasando a formar parte del lenguaje diario y las maneras de actuar en convivencia.
Y es que, al hilo de la sabiduría popular, no es necesario ‘descubrir la pólvora’ –ya lo hicieron en la milenaria China–. No es necesario ‘cambiarlo todo’ –lo intentaron los regímenes fascistas, con tan desastroso resultado–. Y no es necesario ‘sucumbir’ a los cantos de las sirenas –descritos en la Odisea, y que ahora, algunos, se han empeñado en vocear, eliminando lo que ellos consideran ‘defectos’ de la obra original–.
Fijaros –lo sé y lo repito– que no planteo una ‘misión’ fácil, pero mi corazón palpita que es posible llevarla a cabo. Quizá –casi seguro– tan sólo sea cuestión de ‘reorganizarnos’ y ‘adecuarnos’ a las normas intemporales –sin renunciar a la adaptación a nuestros tiempos– con las que nosotros mismos nos hemos dotado, amén de cumplir con aquello de que «mi libertad termina donde comienza la de mi semejante» –o «tus derechos terminan donde comienzan los míos» (Yaroslav Pino de Pino, pe.linkedin.com)–.
Basta con, tan sólo, resucitar, con dar nuevo ser pleno de justicia… Superponiendo el convencimiento y la certidumbre a todo aquello que no es más que ‘agua de borrajas’, siempre, como infusión simple, insípida por sí misma.
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de
Ramón Burgos
Periodista