Quizás –y sin quizás– voy a meterme en un charco que, además, alberga todo tipo de insectos de especies bastante desconocidas cuyos picotazos pueden tener consecuencias nocivas para la salud.
El calendario se ha llenado de los denominados “días de”, con celebraciones más o menos acertadas y de concurrencia distinta (día de las cerezas cubiertas de chocolate; día del sello postal; día mundial de la lógica; y, así, un interminable etcétera de efemérides).
Pero lo que a mí me ha llamado la atención ha sido el comunicado de un centro educativo de carácter religioso-concertado de Granada que, por las “muchas inquietudes” sufridas al respecto, ha tomado la decisión de “no celebrar el día del padre ni el día de la madre” y “sustituirlas por el día de la familia”, “en evitación de sufrimientos innecesarios a alumnos que por diversas razones no puedan disfrutar de la figura del padre o de la madre”.
Por otra parte –y por “llevar agua al molino”– “Una profesora de un colegio de Jerez, al parecer habría aconsejado a los alumnos no celebrar el día del padre, sino que se celebre el Día de la persona especial, con el objetivo de no excluir a ningún tipo de familia” (Confidencial Digital).
Lo cierto es que, con sentencias como las descritas y sin recurrir a ninguna sesuda definición, estas decisiones alrededor de la institución considerada, desde el principio de los tiempos, base de la sociedad y pilar de la memoria y la urbanidad –como sucede con otros muchos “organismos”–, se está cuestionando, según mi criterio, de unas formas inadecuadas, contraindicadas o incluso inconvenientes.
Y yo me pregunto –y os pregunto–: ¿Qué estamos haciendo al respecto?; ¿Cómo nos estamos posicionando?; ¿Tenemos que decir o hay que callar?
En mi caso, por lo menos, sigo confiando y repitiendo todas las noches una oración aprendida en mis tiempos universitarios: “Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí (nosotros)”.
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de
Ramón Burgos
Periodista