Luego en el bachillerato, era un placer de dioses el palpar aquellos libros de texto de la editorial Santillana, libros de Geografía, de Latín, de Literatura, incluso de Matemáticas, para los que éramos negados en esta materia. Abrir cada uno de ellos y asomarnos a tantas maravillas era simplemente genial.
Años después, fue llegar a Granada y la ciudad estaba llena de librerías, pues aquellos primeros años 70, esta ciudad era un emporio de cultura y ganas de ver qué se escribía en el mundo, a pesar de la terrible censura reinante.
He de reconocer, que siempre sentí atracción fatal por los libros y por las librerías, ese niño o ese joven pegado con la nariz al cristal del escaparate para ver las novedades editoriales y cuando entraba en la librería y tenía en mis manos cualquier ejemplar, no paraba de leer contraportada, resúmenes, oler a papel y tinta, algo absurdo, pero que en mi me satisfacía.
Después vinieron los primeros viajes a Madrid, para buscar aquellos ejemplares que no llegaba a Granada, incluso ejemplares prohibidos y que algún amigo traía allá de los pirineos, oh el libro esa hermosa criatura que tanto me ha ayudado en mi vida posterior.
Librerías como Atlántida, Estudios, Praga, Urbano, Continental, Babel, todas ellas intentando llevar el despertar, el saber para muchos jóvenes y no tan jóvenes, luchando contra los tiempos, las nuevas tecnologías y por qué no de la demasía de editoriales y publicación para el poco número de lectores.
Ahora, cuando uno llega a esa edad que tienes todo el tiempo del mundo para dedicarlo a la lectura y tu pequeña pensión, te permite adquirir algún libro, es una verdadera pena que cierren las librerías, porque en verdad algo nuestro se muere con su cierre y como decía Borges…”Uno llega a ser grande no por lo que escribe si no por lo que lee”.
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