Hace días, con motivo del homenaje que me rindieron mis amigos de Huétor Santillán, me convencí de que la amistad sincera es un don divinamente apreciado al que nunca hemos de renunciar. Mis palabras, habiendo oído a mis conciudadanos, han viajado hasta mi alma, sancionando mi devoción al agradecimiento y mi deber a la lealtad. Una vez más, he sentido la llamada a ejercer ésta ante una ciudadanía hueteña extraordinariamente empática.
Lealtad, sí. En el reino animal subyace el paradigma de la lealtad. En la Web de la revista National Geographic encontramos preciosos reportajes del comportamiento virtuoso de los animales. ¿Quién no ha gozado de la “lealtad” de nuestras mascotas?: esa respuesta siempre fiel de Nala ante las “perrerías” que le hacen mis pequeños nietos. Del mismo modo, la historia humana está plagada testimonialmente de gente leal capaz de hacer inmortal la dignidad de las personas.
En los recodos de la literatura cervantina asoma tal virtud. Para el Príncipe de los Ingenios, esa lealtad entre don Quijote y Sancho Panza es auténtica “devoción” fundada en la amistad más sólida. El escudero leal, sin dar tregua a pensárselo, decidía siempre apoyar a su señor en todos los avatares, inclusive arriesgando su propia vida (cf. Primera parte, Cap 15). La lealtad es una exigencia divina (cf. Jos 24:14-28). Lejos de ser alienante es liberadora.
El amigo leal no tiene precio, dice la Biblia, no hay peso que mida su valor, mientras que la deslealtad es corrupción, camino de la discordia (cf. Eclo 6:1-17). Jesús de Nazaret fue leal. Recordamos a Zaqueo (cf. Lc 19:1-10) con quien se autoinvita a comer; a la mujer samaritana (cf. Jn, 4: 1-26), acogiéndola en sus debilidades humanas; a Lázaro (cf. Jn: 11, 1-44), a quien le vuelve la vida…y así hasta sellar su lealtad al Padre con su testimonio martirial (cf. Jn: 18 y 19).
Es doloroso, sin embargo, el espectáculo desleal incrustado en la historia humana de ayer y de hoy, empezando por Caín y Abel (cf Gn: 4), o yendo a la historia de Roma con la traición de Bruto a Julio César quien al verlo entre los conspiradores de su muerte, hubo de exclamar: “¿También tú, hijo mío?”. .. ¡Tantos espectáculos desleales en el correr del tiempo! Deslealtad (¡y hasta grosería!) tal como, por veces, se respira en las Cámaras de nuestra democracia, así como las desleales apropiaciones indebidas (por decirlo finamente) de no pocos representantes políticos. Y no hablemos del contenido de sus mítines, los de anteayer y los de ayer y los de hoy, con sus promesas electorales usureras.
Desgraciadamente, tampoco podemos cerrar los ojos ante la evidencia desleal, inmoral, en la historia de la Iglesia: la plaga de la pedofilia clerical, las intrigas vaticanas contra Francisco, el Papa-profeta leal al aggiornamento de la Iglesia y aún ciertos comportamientos pastorales de clérigos que se quedan en la “religión”, desnudos del testimonio evangélico. Sin embargo, sería una falsedad por mi parte silenciar la ejemplaridad de una inmensa parte de la Iglesia, que, con indiscutible gozosa valentía, se bate el cobre por el Evangelio, desde los albores del cristianismo hasta nuestros días…
La deslealtad es un vacío existencial que corroe nuestro mundo, ubicándolo en las coordenadas del hedonismo, el utilitarismo, la insolidaridad, la hipocresía… contra toda esencia ética. La falta de lealtad arruina la sociedad. Sin embargo, cualquier tiempo es favorable para volver “a lo esencial” y deshacerse de la máscara que llevamos incrustada en nuestro “ego”, producto de la cual vemos los millones de personas carentes de dignos servicios de salud, millones de desempleados, millones que no tienen nombre ni techo, millones de niños que solo cuentan por las balas que los matan, millones de almas nómadas escarbando en basureros, millones de deportados, de sufridores de guerras absurdas… ¡Productos todos de deslealtades infinitas! “Donde hay lealtad, las armas no sirven” aparece en la palestra de frases inmortales de Paulo Coelho. Pero, ojo, también los talibanes interpretan la lealtad a su dogma islámico, imponiendo su versión radical de la “sharía”, con desprecio absoluto a los derechos humanos más fundamentales.
O la anécdota que sufrí sentado en la marquesina donde yo esperaba el bus 4: un tal hablaba por móvil. Me sorprendió sobre manera aquella frase suya que memoricé tristemente. Dijo: “Eso ni se te ocurra, tú te debes al partido”. ¡Como para someterlo a una psicometría de la libertad y la coherencia, lejos de toda distopía, el anverso de la utopía cuando ésta pisa tierra! La lealtad sólo se cotiza desde tales parámetros y más en los periodos democráticos electorales. Recordamos al rey Salomón: “De mucha gente se dice que son buenos, pero ¿quién hallará a un hombre fiel?” (Prov. 20: 6). El amigo fiel seduce y contagia, siempre que su lealtad se construya sobre la base de un humanismo tolerante. ¿Llegará ese momento en que la tolerancia sea la génesis de la lealtad? Es nuestra esperanza. Tomo nota de Roger Garaudy quien se postulaba sobre la esperanza diciendo que el hombre es una tarea a realizar (cf, “Parole d’homme”, 1975, pag. 238). Es, pues, tarea urgente tomar conciencia de ello.