Aunque lo leído se refiere en concreto a una organización, no puedo detener el pensamiento sobre su extensión mucho más generalista: “Todo ello ha de llevarnos al olvido de teorías conspiranoicas (sic) y a rebajar las fantasías y prejuicios que sobre esta sociedad se han vertido a lo largo del tiempo” (AA.VV., “La masonería. Rutas históricas y culturales”, “Secretos de Granada”).
Desgraciadamente –no lo dudéis–, estos escrúpulos, obcecaciones, tabúes o como se quieran denominar, vuelven a calar en nuestra sociedad, resurgiendo cual ave fénix de unos rescoldos que, al menos yo, creía definitivamente enterrados.
Arbitrariedades que nos afectan a la ciudadanía, especialmente a la hora del diario vivir: que si derechas; que si izquierdas; que si ultras –de un lado y de otro–; y todas ellas con un tono de ofuscación más propio de seres sin alma.
Por encima de lo mantenido en las redes sociales, publicaciones o informaciones al alcance de muchos, los corrillos callejeros están sobrepasando tonos de desesperanza cercanos al enojo. Quizá por la falta de acción poblacional –desidia por anteponer el interés particular al general, el partidista al global–.
Es verdad que la prudencia siempre ha sido buena consejera, pero en un marco de igualdad y respeto a las normas colectivo-universales. Los derechos propios tienen su límite en la no colisión con los ajenos. Ni siquiera las mayorías –sean, en un contexto más global, “facciones” o no– pueden aplastar a las “minorías”; y más aún si la equidad no es la norma primigenia. La convivencia en paz y armonía está muy por encima de aquellos proyectos de reboticas impenitentes.
Por todo ello, y por lo que vengo manteniendo escritos atrás, me permito parafrasear a Concepción Campani en el final de este texto: “No somos minoría biológica”, los habitantes de esta Nación, “pero sí se nos trata como minoría” cercana a la concepción de rebaños adocenados.
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de
Ramón Burgos
Periodista