Juan Franco Crespo: «El Valle de los Reyes»

Para finalizar la jornada, dejábamos atrás la visita al Templo de Hatshepsut, parábamos en el taller de los alfareros, el Museo-Casa de Howard Carter, lavabos, agua y el “sumun” del día: el majestuoso e impactante Valle de los Reyes. Todo pura roca, ni una planta, ni una sombra que echarse a la espalda, tras los controles, los carritos que te llevan hasta las tumbas y, ahí, ya quedas noqueado.

Impacta la grandiosidad de la zona, no por la belleza que es pura y desolada roca, sino por lo que encierra en sus profundidades, fue el lugar escogido por los faraones para su descanso eterno; las excavaciones siguen y continuamente aparecen nuevos hallazgos en esas construcciones que aquellas gentes idearon para su último viaje.

Entrada para el Valle de los Reyes

Sin duda deberemos hacer una breve referencia a la aldea de Deir al Medina en donde residían los constructores de estas fantásticas moradas; luego tendrás que elegir en esa hora que te dejan para las visitas y descender a las profundidades, contemplar las milenarias pinturas que te asaltan en paredes y techos: todo está profusamente pintado, grabado, embellecido y tanta grandiosidad te acabará embargando durante todo el viaje y acabas preguntándote ¿realmente los europeos de ahora mismo, engolados, alienados, anestesiados, tienen algo para enorgullecerse y creerse que son la cúspide de todas las ramas del saber en una sociedad que está haciendo aguas?

Si la respuesta es afirmativa hay que recomendarle darse una vuelta unos cuantos días por el Valle de los Reyes [en estos momentos los precios están reventados] para que descienda de la higuera y relativice, sobre todo ahora que corren vientos de guerra. ¡Otra vez!, y se permita viajar al pasado y ver cuánto se nos escatimó y cuánta mala prensa hacia los países árabes en general, como si Occidente no tuviera sus propias lacras y defectos en estos tiempos de estolidez la UE se ha empeñado en crear individuos especializados en ver la paja en el ojo ajeno y no darse cuenta del gran tronco que entorpece nuestro campo visual. Me viene a la memoria un viejo proverbio chino: “El árbol torcido vive su vida, mientras el árbol derecho termina convertido en tabla.” Cuestión de interiorizar esa milenaria máxima de la cultura oriental para explicarnos nuestra propia cortedad de miras.

El plano de ubicación de las tumbas en el desértico y árido valle

El valle, apartado, yermo, estéril, difícilmente irías a él si no supieras a lo que vas. Se hace difícil pensar que hay casi un centenar de tumbas excavadas y los arqueólogos, pacientemente, siguen con sus catas y a veces trayendo a la luz una nueva tumba. Los faraones pretendieron evitar que las valiosas posesiones que se enterraban en sus sarcófagos desaparecieran: vana ilusión. Los guías no se cansan de decir que muy pocas de ellas escaparon al saqueo, fueron violadas, expoliadas y todas sus riquezas se volatizaron sobre medio mundo. Por eso cualquier cosa que compres tienes que asegurarte que realmente no es una antigüedad o el maldito escáner te puede complicar la vida antes de salir del país.

Una de las pocas cosas que escapó a esa maldición fue precisamente la tumba de Tutankamón que vio la luz con Howard Carter en 1922 y, en el Museo Egipcio [mientras se finaliza otro nuevo casi en exclusiva para este faraón] tenemos lo que allí se encontró. Sobrecoge precisamente ver de manera parcial las urnas de cristal donde están resguardados los cuerpos del faraón y su señora.

Los visitantes tratando de entrar en las célebres tumbas (2022)

Apenas hay abiertas una decena de esas tumbas y el viajero tendrá que elegir qué ver en poco más de una hora de asueto [tiempo estrictamente controlado para facilitar el acceso a esos miles de curiosos que día tras día llegan al lugar]. El tiempo, fugaz, se esfuma y entre bajar/subir, yendo rápido, la media hora se convierte en un furtivo suspiro y servirá para explicarnos la célebre teoría de la relatividad de Einstein: ¡Qué rápido pasó el tiempo!

Algunos, sin duda atraídos por alguna leyenda, película o reportaje, eligen irse a la de Tutmosis III, ésta aparece excavada a treinta metros del suelo y se accede por unas escaleras que, dependiendo de la agilidad del visitante, son realmente matadoras y al final sólo te encuentras un sarcófago rojo y su decoración que esencialmente alude al mundo del más allá o sea: se inspira en el libro de los muertos que es una guía para ese viaje interminable que iniciamos cuando morimos. Impacta su policromía y conviene llevar máquinas a las que no se les dispare el flash, en caso contrario, casi ninguna de las fotos de las profundidades te serán de utilidad. Otra tumba con similar decoración es la de Horemheb.

El acceso poco después de haber superado la máquina del control

Por supuesto están las de Ramsés IV [y varios de esa extirpe] y Tutankamón; ambas requieren una entrada específica y si en un viaje normal se elige cualquiera de ellas es evidente que no quedará tiempo para ver mucho más. Recorrer las que están accesibles al público nos llevarían como mínimo un día completo y por lo tanto se hace necesario tener una idea previa para lo que pretendemos abarcar porque el tiempo vuela.

Eso sí, cuando te metes en las interminables escaleras -en algunos casos son rampas- tienes que estar pendiente de no caerte porque quedarás extasiado ante la decoración de los pasillos y techos de los, a veces interminables, corredores excavados en la roca de la región y en ese paseo bajo tierra también querrás imaginarte que estás viviendo alguna de las novelas de Julio Verne de tu infancia feliz.

Posiblemente la más visitada y popular de las tumbas del célebre valle

Y para finalizar -cada tumba requeriría un artículo- nos centraremos en la entrada donde encontramos una impresionante maqueta en plexiglás, transparente, sobre lo que uno puede encontrarse en ese árido roquedal en las montañas occidentales del Nilo. Para los que van por libre, generalmente, en cada templo hay un pequeño plafón explicativo en varios idiomas pero que nadie piense que lo encontrará en Español.

Se trata de un valle que recoge las tumbas del Imperio Nuevo [Dinastía XVIII a XX, 1.550 al 1.069 a. C.], costumbre que inició Tutmosis I, los demás, simplemente le siguieron y durante cinco largos siglos los faraones fueron excavando su reposo en este árido valle que, gracias a esas fastuosas tumbas, acabó siendo famoso en todo el orbe. Recordar que Egipto sigue descubriendo nuevas tumbas y asombrando al mundo; tras regresar del viaje, a finales del 2022, encontraron nuevos yacimientos que llenaron centenares de páginas en los medios de comunicación y el goteo no cesa.

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Juan Franco Crespo

Maestro de Primaria, licenciado en Geografía

y estudios de doctorado en Historia de América.

Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas

del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio

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