La verdad –no puedo ocultarla– es que, con grandes dudas al respecto, me estoy congraciando con las redes sociales, sobre todo con la difusión de sentencias como esta: “Hay personas mágicas, te lo juro. Las he visto. Se encuentran escondidas por los rincones del planeta. Disfrazadas de normales” (autor desconocido (?), publicado en Facebook España por Rafael A. Rodríguez).
A mi saber y entender, una magnífica definición que me permito, desde hoy, añadir a mis soñados “hombres y mujeres de luz”, pues, como en los cuentos de hadas, ellos y ellas son las únicas personas que tienen la “varita mágica” para que el final de la realidad que estamos viviendo –no se trata de ningún cuento– sea feliz y provechoso para todos.
Sé que para este fin es imprescindible la confianza mutua, basada, eso sí, en la verdad sin dobleces ni engaños, algo que, por ahora y visto lo visto, me genera incertidumbres, titubeos y hasta perplejidades… Pero no seré yo el que oculte la mejilla, no una ni dos ocasiones, sino cuantas veces haga falta para proclamar y mantener los derechos que nos son inalienables, pues “responder al mal con otro mal” no es propio de seres humanos (más bien de salvajes impenitentes).
¿Y qué podemos engendrar al respecto? Se trata, por una parte, de ponerse en marcha y contrarrestar las maniobras irracionales de los “iluminados” –que ahora florecen a costa del benéfico polen alcanzado en las urnas–; y, por otra, posicionarnos, haciéndonos oír personalmente en todos los foros a nuestro alcance, abandonando la confianza en aquellos que se arrogan una representación no concedida ni obtenida de forma legítima –o al menos, digo yo, respetando las normas con las que la mayoría nos hemos dotado desde tiempo atrás–. ¡Que no es vana la sangre derramada, ni el sudor ni las lágrimas entregadas en esta misión!
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de
Ramón Burgos
Periodista