Antonio Alaminos López: «Medio ambiente»

Preocupa el hecho de que se presente a los jóvenes el cuidado del planeta como una lucha contra el ser humano, una especie de monstruo al que hay que exterminar. Diciendo que nosotros somos la gran amenaza para la naturaleza, estamos dejando a la humanidad fuera de ella, como si hombres y mujeres no fuéramos, de hecho, los seres más maravillosos que hayan existido jamás sobre la faz de la tierra, la obra más bella, improbable e increíble que haya podido dar de sí el polvo de estrellas del que estamos hechos. Capaces, sí, del mal, pero infinitamente más del bien.

Proteger la naturaleza pasaría por poner a salvo, en primer lugar, su mayor valor: el ser humano. Sin embargo, hoy, la especie humana vale menos que otras muchas. Los gobiernos subvencionan y promueven sentimientos de solidaridad con mascotas abandonadas y se silencia el abandono social de millones de personas que viven en condiciones infrahumanas, cuando no se les culpabiliza por existir.

El que más, tratará de ser bueno en un ejercicio de voluntarismo muy alejado de la respuesta desinteresada a la llamada de una vida más espiritual. El que menos, tratará de guardar las apariencias con una doble vida, limitándose a mantener limpio lo que ve la suegra, como si no se pudiera conocer lo que escondemos bajo la alfombra.

A los profetas de calamidades que utilizan el medio ambiente contra el ser humano habría que invitarlos a ver que la emergencia climática no va a desaparecer por mucho protestar mientras se juega constantemente con videojuegos. Un sector, por cierto, considerado como uno de los principales contribuyentes al calentamiento global, pues su elevado consumo energético provoca masivas emisiones de CO2 a la atmósfera. Solo en EE. UU., la energía consumida por los videojuegos equivale a las emisiones de 5 millones de coches. Lo dicho, doble moral.

¿Cómo responder entonces al desafío urgente de proteger nuestra casa común? Pues no tanto con amenazas apocalípticas ni discursos contra el hombre, sino a favor del hombre; promoviendo no una huida desbocada e insolidaria, sino una verdadera conversión ecológica-medioambiental. Una conversión por atracción que pasa por acercarnos cada vez más del ser humano, de los más débiles en particular, llevándonos a una ecología no farisea sino integral. Cuidamos el planeta porque queremos cuidar la vida de las personas en esta y en futuras generaciones.

Un mensaje de esperanza recordando la acción del planeta que actúa muchas veces por encima de las mismas intenciones de los hombres, aunque necesite una intervención protectora y regeneradora, una realidad que descubrimos cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual y medioambiental. Y es que somos polvo de estrellas, sí, pero espirituales. ¿No les parece?

Cordiales saludos a los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.

 

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