Sé de un lugar en la comarca de la Marina Baja de Alicante que se llama Villajoyosa, La Vila Joiosa, donde el tiempo se detiene ante la gran paleta de colores de sus casas.
Donde la tranquilidad es infinita y la brisa refrescante en la rompiente de las olas. Donde los paseantes, de múltiples nacionalidades, disfrutan de atardeceres dorados. Donde leer la prensa es para conversar y darle vueltas al mundo a ver si mejora. Donde ponerse al día es repetir lo que nunca cambia y siempre es distinto. Donde los planes de comida son ampliamente familiares. Donde mirar el color de la bandera que ponen los socorristas es entrar a la balseta por la zona acondicionada para las personas con alguna discapacidad. Donde el mercadillo se une a La chovada, a los pollos asados y al olor de las fábricas de chocolate. Donde las olas de calor terminan con las gotas frías de septiembre. Donde hay club náutico, camping y chiringuitos que anuncian sus mojitos en las radios. Donde los pescadores y sus barcos dan paso a Santa Marta, a los moros y cristianos, y a las fiestas de los barrios. Donde el espigón marca la línea recta en los chapuzones para llegar a la boya. Miles de pensamientos vienen y van, por este paraíso de paz compartida, planeando los cambios en la vida del otoño. Mis cuñadas, mis sobrinos y los paseos por la tarde que terminan en la terraza o en la piscina comunitaria. Las emociones que no se ven bajo las gafas de sol o que se anudan en el agua salada. El móvil que hace las fotos de los arroces que se suben a las redes sociales familiares. Alegría que sabe de verdad a verano y a infinitas cosas más. Tú y la niña, mis Esperanzas. Y el mar, la mar, en La Vila.
Artículo basado en la carta que me publicó a principios de septiembre el Diario Información de Alicante. (El trabajo digno para los jóvenes y mayores es la base sólida).
Un saludo a los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.
Ver artículos anteriores de
maestro retirado