Uno de los males que afecta a la profesión periodística es, sin duda, el oscurantismo; es decir, cuando el profesional se topa con un muro de silencio o de verdades a medias que, indudablemente, dificultan, entorpecen o, incluso, impiden la labor de difundir ética y verazmente la realidad.
Y no me refiero ya a situaciones extremas como los ataques terroristas que se están desarrollando en varias partes de nuestro planeta –condenables, sin paliativos, en cualquier caso– (léase, por ejemplo, la “guerra sucia e inmoral” iniciada por Hamás contra Israel)… Hay otras posturas mucho más próximas que no dejan de sorprenderme..
Así, hoy me refiero, como paradigma, al Sínodo de la Sinodalidad: “El problema para los periodistas católicos y los fieles de a pie es que a los participantes se les pide que no comuniquen nada a los periodistas sobre lo que se hable. Las 5 W clásicas del periodismo (el quién dice qué, dónde, cuándo, como) están prohibidas, sobre todo el «quién»” (P.J.G., religionenlibertad.com).
Pero no os quedéis sólo con lo descrito sobre el “evento vaticano”. Mirad también a vuestro alrededor: ¿qué es lo que se nos está enmascarando a bombo y platillo con celebraciones magnas y posturas silenciosas de innegable corresponsabilidad?
Parece como si la labor oscurantista –“Defensa de ideas o actitudes irracionales o retrógradas” (RAE)– de los antiguos censores de las dictaduras se estuviese ahora extrapolando a los responsables de algunos gabinetes de comunicación, aflorando el miedo cerval, siempre excesivo, a que la verdad sea conocida con toda probidad.
Escribía San Mateo (6, 22-24) “(…) Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro…”. Del mismo modo que no se puede (ni se debe) “explotar” –usufructuar– dos ideas contrapuestas, aunque las cosas vengan mal dadas para una o para otra –excusa inaceptable que vengo escuchando a diario–.
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de
Ramón Burgos
Periodista