Todos tenemos la experiencia de que, en ocasiones, no es sencillo encontrar y disfrutar del bien, de lo bueno. Buscando lo grato, nos llevamos un chasco
El bien suele ser aquello que se considera deseable, valioso para nosotros. Debería ser fácil encontrarlo, incluso todos tendríamos que estar de acuerdo al clasificarlo. La cuestión es si es algo objetivo o no. ¿Se puede hablar del bien en un mundo en que rige la tiranía relativista?
Aristóteles hace una distinción entre bien real y bien aparente y, por tanto, no todo lo que aparece como bueno es realmente un bien; sino solo aquello que colabora con nuestra perfección, con nuestra actualización, de acuerdo con nuestras propias potencialidades.
Bien es lo que contribuye a realizarnos como personas; lo que nos hace buenos. Tiene que ser algo que nos armonice con los demás, con la creación y su Creador.
Salomón, al verse ungido rey de Israel, no deseó una larga vida o riquezas; se dirigió a Yahvé con estas palabras: “Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”. La sabiduría consiste en esto: en discernir bien. Un buen gobernante, un padre, debe procurar el bien de los suyos; que no será siempre lo que ellos deseen, ni lo más fácil o cómodo.
Procuremos ser lo suficientemente listos para que no nos engañen las apariencias. La experiencia de la vida, la formación recibida, el buen uso de la razón nos deben ayudar a discernir lo que nos conviene; a distinguir entre la apariencia y la realidad; entre lo apetecible y lo bueno. No es fácil saber apreciar el bien, valorarlo, defenderlo. Por listos que nos creamos, nos pueden dar “gato por liebre”.
En estos momentos de incertidumbre social, de desconcierto, se necesitan sabios: expertos en encontrar el bien, que lo muestren con sus vidas, que lo hagan amable y apetecible. El mundo no lo cambiarán sólo los políticos, sociólogos, economistas…, lo cambiarán principalmente las personas normales, los ciudadanos y ciudadanas que saborean la bondad y la belleza del amor de las obligaciones del día a día.
Hay que aprender a hacer el bien, a descubrir dónde está su fuente. Debemos formarnos: humanamente, profesionalmente, moralmente. Hacen falta personas capaces de apasionarse por la verdad, que analicen en profundidad la realidad, con creatividad, y que contribuyan a determinar el futuro. (El trabajo digno para los jóvenes y mayores es la base sólida).
Un saludo a los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.
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maestro retirado