Leandro García Casanova: «En un hospital de París»

He estado una semana en París con mi mujer, para conocer a mi nieto de dos meses. Varias veces hemos ido a la Escuela Maternal para llevar o recoger a su hermana de tres años, en un municipio de la región Isla de Francia, que limita con el Distrito de París, y ya nos conocíamos el camino de memoria. La niña salía a las cuatro de la tarde y a veces sus padres (ambos son profesores de Educación Física en sendos liceos) la llevaban al carrusel (antes lo conocíamos como el tío vivo), donde se encontraba con algunos amigos y vecinos de su edad. En la urbanización conocimos a varios amigos de mi hijo y con las esposas de ellos nos cruzábamos algunas frases: il chante flamenco, le decía yo bromeando a una vecina, porque el bebé lloraba mucho.

Los franceses son corteses cuando te conocen y entonces te pasas el día diciendo bon jour o au revoir y ellos te responden con buenos días o bon giorno, en italiano, y merçi para arriba y merçi para abajo. Muchos te saludan en la urbanización o bien la vecina te pregunta si vas a entrar en el edificio, para abrirte la puerta. Aquello es un barrio de casas bajas, cada una con su pequeño jardín, donde vive la clase media alta, y lo que sorprende es que no oyes a ningún perro ladrar ni las bocinas de los coches, y en la urbanización tampoco se escucha a nadie hablar alto. Los españoles somos más escandalosos, pues España tiene ganada fama de ser uno de los países más ruidosos del mundo, mientras que los franceses son discretos y hablan bajo. Yo también les digo que España le gusta mucho a los extranjeros, por nuestra forma de ser abierta, sobre todo Andalucía. Hay cosas buenas aquí y en Francia, cada país tiene sus costumbres, así como también tienen su lado malo. A los parisinos no les gusta vivir en París, porque es una ciudad muy grande y demasiado cara (de las más caras de Europa), tanto en alimentos (un kilo de tomates vale cuatro euros o más), como en vivienda. Un piso de segunda mano, de 114 m2, vale más de 600.000 euros y otro de unos 70 m2, unos 400.000 euros. Los parisinos tienen fama de ser unos malafollás (como los granaínos) y también porque se creen el centro de Francia, ya que la Región de París, la Isla de Francia, es la que más produce del país y tiene un nivel más alto Es una sociedad multirracial y en el municipio se ven a muchos negros, sobre todo en los oficios que no quieren los franceses, y a pocos magrebíes.

Pero lo que me trae aquí es otro tema. Yo había tenido dos mareos, sin perder el conocimiento, y la tarde del 22 de octubre decidí ir al Servicio de Urgencias del Hospital Antoine Béclère, del municipio de Clamart (en el folleto viene como uno de los hospitales públicos de París), pero mi hijo me avisó que allí pasaría varias horas. Nos llevó a mi mujer y a mí, le explicó al que estaba en información lo que me pasaba y se marchó. Entregué la Tarjeta Sanitaria Europea y poco después la doctora me tomó la tensión, me sacaron una gota de sangre y me pusieron una pinza en el dedo índice. Llamó a mi hijo por teléfono para preguntarle, pero este no lo cogió, se notaba que la doctora estaba alterada, pues los pasillos estaban ocupados las camas de los enfermos, y las dos pequeñas salas estaban atestadas de pacientes. Habíamos llegado a las 17:45 horas y sobre las 20 horas pregunté al que estaba en información, buscó a una sanitaria que hablaba español y me explicó que había muchos pacientes. A las 21 horas, el de la ventanilla me respondió que solo había uno delante de mí, pero media hora más tarde viendo que no me llamaban le pedí el libro de reclamaciones: Aquí no tenemos libro de reclamaciones. Entonces le dije: Quiero hablar con el director o con el jefe de servicios. Me respondió: No están. Sacó un folleto informativo y me señaló el teléfono de Secrétariat para que llamara al día siguiente, donde me informarían. En esto, pasó otra doctora y me dijo que ella estaba sola para todos los enfermos, que me dirigiera a información. Hablé de nuevo con la sanitaria y me respondió que había casos más graves que el mío, entonces le contesté: No queda ningún enfermo de los que había, cuando llegué a las 17:45 horas, y tu compañero me ha dicho a las 21 horas que solo había uno delante de mí. ¿Todos los enfermos están más graves que yo? La sanitaria ya no respondía a mis preguntas.

Tarjeta sanitaria europea

Alguien llamó entonces al vigilante de seguridad y se colocó al lado de la puerta de la consulta de la doctora, y cerca de mí, haciéndome gestos de que si yo intentaba entrar, el me iba a trincar. El de seguridad parecía un pistolero de salón, con cara de recluta, mientras yo hablaba con la sanitaria sin alzar la voz ni alterarme. Como estaba ya molesta, me dijo que tardaban varias horas en atender a los enfermos y me advirtió, así no vas a conseguir nada. Viendo el panorama que tenía por delante, llamé a mi hijo para que nos recogiera en el coche. Ya no había camas en los pasillos y las salas no estaban tan llenas. Yo había pedido el libro de reclamaciones, o hablar con el director o el jefe de servicios, y se les ocurrió llamar al vigilante de seguridad para enseñarme las normas del hospital. Mientras mi hijo venía a recogerme, la doctora lo llamó por teléfono y le dijo: Si su padre sigue en esa actitud lo expulsaré del hospital y no estará tan enfermo, cuando quiere poner una reclamación. Este era el razonamiento obtuso de madame doctora: como está enfermo, no está en condiciones de poner una reclamación porque altera al personal o el funcionamiento del centro.

Se pone una reclamación cuando uno no está conforme con el trato o porque no le atienden. Ya en casa, mi hijo soltó una palabrota para definir a aquel hospital que ya conocía, pero esta es la Sanidad y el trato que me han dispensado en una ciudad de los alrededores de París, en la patria de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Parafraseando a los Hermanos Marx, habría que decir: Estos son los derechos de la porra que tenemos aquí, para el que se atreva a quejarse, y si no le gustan será expulsado del hospital. Después de pasar casi cinco horas en dos pequeñas salas, llenas de pacientes, me marché sin el informe médico, pero, eso sí, la factura se la cobrarán a la Seguridad Social española. Al día siguiente, mi hijo llamó al teléfono de Secrétariat (la secretaría), pero no contestó nadie. En la fotografía, contrasta la arquitectura modernista del citado hospital y sorprende su tamaño –la famosa grandeur francesa– con que haya una sola doctora de guardia para atender a los pacientes de urgencias, en la tarde del domingo. Y es que en Francia no atan a los perros con longaniza.

Siete días después, el domingo 29, fui al Hospital Comarcal de Guadix (con pocos medios y personal), sobre las doce horas, porque seguía con los mareos. Me recibieron al momento, me tomaron la tensión, me hicieron un escáner y un análisis de sangre. En menos de dos horas, tenía el informe en la mano donde no habían encontrado nada anormal y tengo que decirlo: encontré amabilidad y toda clase de explicaciones de la doctora y de las sanitarias que me atendieron. Cierto que otras veces se ha dilatado la espera, pero el trato siempre ha sido bueno.

 

 

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