Nos estamos –nos están– colocando en una sociedad sancionadora. Una sociedad que deja a un lado los “principios del Derecho sancionador” encajándose “en un habitual “no se hable más” (vid. ¿Sancionar si no se actuó con dolo?, Santiago González-Varas Ibáñez). Algo que me llena de preocupación –y ocupación– no sólo por el inmutable privilegio de la inocencia, sino también por la firme y necesaria atención a la no existencia de dolo en nuestras conductas.
No es mi intención seguir describiendo los detalles de este atentado a la libertad. Me conformo con intentar traer al día de hoy lo aprendido, como reflexión, sobre lo que estamos viviendo ahora en muchas de nuestras urbes: ni siquiera hacen falta hilos de nailon, como en los guiñoles más sofisticados, para maniobrar a la ciudadanía. Basta con tener la habilidad suficiente en las promesas –usando, como usan, las más increíbles amenazas– para que transijamos, tragando con ruedas de molino, con determinadas situaciones anómalas cercanas a la dictadura.
Y, lo peor, me temo, es que, estas “decisiones” se han convertido –las han convertido– en “acciones sin fin”, que se van a repetir en fechas muy cercanas, pues, ya en el Cantar de Mio Cid, Rodrigo Díaz de Vivar le decía a Alfonso VI: “Muchos males han venido por los reyes que se ausentan… y el monarca contesta: Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras” (estandarte.com).
No lo dudéis! Para regenerar estas y otras cuestiones que ahora, indudablemente, nos afectan de forma certera, tendríamos que entender y aplicar un fundamento “clásico”: en gran parte es cuestión de “Educación” (con mayúscula), de esa tan mal traída y llevada visión de lo que hay que aprender y cómo hay que aprenderlo, sin dependencia de los vientos sociopolíticos que soplen a derechas o izquierdas.
Pero, ¡os lo ruego encarecidamente!: lo dicho anteriormente no lo entendáis como consejo. Es un impulso hacia la acción.
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de
Ramón Burgos
Periodista