Permitieron que España alcanzara, entre 1978 y 2018, los cuarenta mejores años de su historia
Estoy convencido de la certera afirmación de Ortega, en la que sostenía que la vida humana, es eminentemente temporal y temporales son todos nuestros actos. Menos mal que es así, porque si fuera eterna o demasiado larga, sería insufrible y se nos haría insoportable. Pero, con esta afirmación, puedo incurrir en una clara contradicción, porque yo soy de los que aman la vida apasionadamente y en todas sus facetas, tiempos y situaciones, y también soy de los que creen que la vida eterna vendrá después. Pese a ello, desdichadamente, hemos de reconocer que cada día que pasa, parece que respetamos menos la vida humana e ignoramos más a los demás, a nuestros semejantes. Datos tenemos más que suficientes; aquí, en España, como en otros muchos países, supuestamente desarrollados, cada año aumenta el número de suicidios, de abortos, de eutanasias, de muertes violentas, etc. al tiempo que disminuye alarmantemente la natalidad y desaparece el crecimiento vegetativo.
Pese a ello, aumenta la esperanza de vida, la gente quiere vivir cada vez más e, incluso, nos declaramos partidarios de conseguir un mundo mejor, más sostenible y solidario con las generaciones venideras. ¿Qué pasa entonces? En los pocos países desarrollados del mundo, con sociedades avanzadas, democráticas, libres, con instituciones representativas, clara separación de poderes, respeto a los Derechos Humanos, con estricto cumplimiento de las leyes, con un nivel de vida aceptable, etc. los ciudadanos se sienten orgullosos y satisfechos, y hacen todo lo posible para mantener dicho estatus y no perderlo nunca. Pero, en el presente siglo XXI, han resurgido movimientos radicales, originariamente de izquierdas, que defienden a los animales y a la naturaleza, pero no así a las personas y a la vida humana. Estos, denominados equivocadamente progresistas, son los mayores defensores de la libertad sexual desde pequeños, el aborto, la eutanasia, etc. sin reparar en las graves consecuencias, que ello conlleva. Oponiéndose también al modelo democrático existente.
Por si éramos pocos, parió la abuela y llegó Puigdemont; un delincuente, huido de la justicia, un Don Nadie, sin oficio, ni beneficio, que fundó una república y al día siguiente, huyó a una monarquía.
En esta situación se encuentra nuestro país, España, que, aparte de ello, goza de un espacio geográfico privilegiado, una unidad jurídica y política, basada en la larga tradición histórica y en nuestra Constitución, una de las más avanzadas y equitativas del mundo. Fue elaborada con un extenso consenso político y aprobada en Referéndum el día 6 de diciembre del año 1978, con una participación del 67´1 % de la población y un 87´9 % de votos afirmativos, llegando en Cataluña 91´9 %. Consecuencia de ello, se produjo un periodo de desarrollo económico, prosperidad y bienestar envidiables y admirados por el mundo entero. Nos integramos plenamente en Europa y en occidente, nuestro espacio natural, histórico y cultural. Entramos en la OTAN, en la Unión Europea y en todos los organismos importantes de la ONU y del resto del mundo. Las ayudas recibidas de la U.E., los intercambios científicos, técnicos, culturales, empresariales, estudiantiles, etc. permitieron que España alcanzara, entre 1978 y 2018, los cuarenta mejores años de su historia, por su economía, su renta, su prestigio internacional y, sobre todo, por la ilusión, el interés y la satisfacción ciudadanas.
Todo ello comenzó a deteriorarse con la llegada de Sánchez al poder, en junio del 2018. El modo de conseguirlo, sus malas formas, su fondo enojado, sus necias y siempre ofensivas palabras, sus repetitivos y simples discursos y, sobre todo, sus acciones políticas trasnochadas, guerra civilistas, perturbadoras y sectarias, lo delatan como persona “non grata”; la menos indicada, para ser presidente del gobierno de España. En su “modus vivendi” destacan la falsedad y la mentira enquistadas y permanentes, al que se han sumado todos sus adláteres y servidores, que actúan igualmente, sin consideración alguna para nada, ni para nadie y con la mayor desvergüenza.
Pero, por si éramos pocos, parió la abuela y llegó Puigdemont; un delincuente, huido de la justicia, un Don Nadie, sin oficio, ni beneficio, que fundó una república y al día siguiente, huyó a una monarquía. Pero, eso sí, viene revestido de celebridad, de orgullo, de hombre importantísimo, honestísimo presidente de la república de las bananas cocidas. Reconocemos que ha sido poco exigente; sólo ha pedido la amnistía para las 1200 personas participantes en la sublevación de 2017, más 450,000 millones de euros y referéndum para la secesión de Cataluña. Ante tan tímida reivindicación, Sánchez soltó amarras y le rindió pleitesía. De odiado y perseguido, paso a ser deseado y amado; buscará hasta debajo de las piedras, para contentar a tan ilustre individuo. Que todo sea por un intercambio muy equitativo y justo: siete votos para satisfacer el personalísimo interés de que Sánchez, sea presidente otra vez. Ello implica transgredir la constitución, romper la unidad de España y acabar con el estado de bienestar, pero no importa nada. El mundo jamás conoció tanto altruismo y generosidad. La vida es hoy más ficción que nuca, amigo Descartes. Esperemos que las distintas instituciones lo puedan impedir forzosamente.
(NOTA: Este texto se ha publicada en la sección de Opinión del diario IDEAL, correspondiente al martes, 7 de noviembre de 2023)
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Catedrático y escritor
Comentarios
Una respuesta a «Antonio Luis García: «Transgredir la Constitución y acabar con el bienestar»»
Antonio Luis: Has tocado la tecla adecuada para que esta mamarrachada de Pedrito se viera abocada a la más estrepitosa y deseada derrota y fiasco. Si personas como tu tocaran también, la tecla adecuada, seguro que se conseguía que éste paria finiquitara vencido, ante tan buena melodía.