No salgo de mi asombro. Hasta la jerarquía de la Iglesia –católica española–, a modo y manera de las formas que están utilizando otros sectores de nuestra sociedad, retuerce el lenguaje y se afana en lanzar sutilezas a los especializados plumillas que, en el ejercicio de su trabajo, preguntan, documentadamente, sobre el próximo viaje al Vaticano de nuestros obispos: “Entiendo que el cardenal Omella utilizó el término topo para referirse a lo que técnicamente los periodistas llamamos fuentes. Topo, en el imaginario periodístico, es el que se infiltra en un grupo terrorista para sacar información” (“¿Es verdad que Roma desconfía de los obispos españoles?”, José Francisco Serrano Oceja, religion.elconfidencialdigital.com).
Aún a riesgo de ser reprendido, al menos, por una “falta de respeto”, entended que considere que estas locuciones no sólo tienen el peligro real de ser adargas arrojadizas contra cualquier adocenada voluntad, sino que también, como en el cántico clásico de las sirenas, oculten un riesgo aún mayor para la ciudadanía – fieles–: la pérdida de esperanzas.
Fijaos que junto a la utilización perversa de las “falsas noticias” (y la posterior, y más perversa aún, interpretación interesada que algunos realizan de ellas), tengo para mí que existe, entre otras, una forma de adormecer cualquier sentimiento: mantener y hacer que los demás mantengan actitudes propias de otros tiempos.
El término latino “ut serviam, serviam” –para servir, servir– a estas alturas tiene para mí un desarrollo mayor que el de la mera traducción: anhelo preceptores que, por encima de todo, sepan servir a los verdaderos intereses de su grey..
Y eso que, “dicen, yo no lo creo” (Victoriano Fernández Asís), el derecho a la libre expresión está por encima de cualquier otro derecho; y dicen, yo sí lo creo, que el respeto en las formas es el principio imprescindible para una convivencia justa y con futuro.
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de
Ramón Burgos
Periodista