Ver no es suficiente, escribió el maestro zen Daisetsu Teitaro Suzuki. Leí ese, en apariencia, extraño aserto en plena adolescencia y me ha acompañado a lo largo de toda mi trayectoria intelectual (como escritor, ensayista o traductor) convertido en una especie de guía teórica a la hora de enfrentar el trabajo interpretativo, entendido, no tanto como desciframiento de significaciones previamente cifradas, esto es, como desvelamiento de contenidos ocultos, sino como producción de nuevos sentidos, a veces considerados como arbitrarios, pero no por ello menos reales.
En efecto, si ver no basta, es porque el trabajo interpretativo necesita una actitud activa, de intervención, no meramente pasiva, de recepción, y eso se define con otro verbo: mirar. Porque se ve con los ojos físicos, pero, además, se mira con todo un bagaje cultural que no puede permitirse ignorar que una imagen (pictórica, fotográfica o verbal) no se basa en contenidos referenciales, sino en formas de construir simulacros de referente. Quien se limita a ver, por lo general, no suele entender nada de lo que ve. Los poemas no se hacen con ideas (se cuenta que Mallarmé le dijo a Degas), sino con palabras; un cuadro pictórico no necesita un tema figurativo, sino una articulación armónica de masas de colores o de lo contrario gran parte de la pintura posterior al siglo XIX (pienso en nombres como Kandinsky, Picasso, Malevitch o Piet Mondrian, por citar unos pocos) no habrían podido ni siquiera existir.
Por eso, la pintura de mi viejo amigo Antonio Martínez Rueda me resulta tan atractiva y sugerente. Alejada de toda pretensión “realista”, no intenta proyectar sobre el lienzo nada que tenga que ver con la semejanza con una realidad exterior, sino la plasmación de una mirada sobre ella. En ese sentido, la fuerza de su originalidad reside precisamente en haber asumido que un paisaje puede repetirse ad infinitum, pero que una mirada no se repite jamás.
Sus cuadros son, desde esa perspectiva, construcciones únicas e irrepetibles, donde lo que el espectador contempla no son fragmentos de una realidad física, sino la expresión de un proceso mental: la tentativa de interpretar la opacidad de lo real. La aparente simplicidad de los trazos y la combinación nunca estridente de masas de colores son, de hecho, no tanto visiones, sino modos de ver, que hacen suyos aquella definición que daba Rubén Darío de la belleza: arbitrariedad resuelta en armonía. Porque los colores y su relación no necesariamente respetan sus equivalentes en el mundo de la naturaleza, o si lo hacen es de una manera secundario. Es la armonización en el espacio del lienzo lo que sirve de guía.
No importa si la imagen que se nos muestra recuerda una vieja estación de ferrocarril, un sendero arenoso en medio del campo, los perfiles de un caserón o la soledad de un banco en medio de unos árboles en un descuidado jardín. Aunque los títulos parecieran remitir a una suerte de viaje por lo que llamaríamos una España vaciada (es significativa la ausencia sistemática de figuras humanas en todo la serie), hay algo permanente que atraviesa el conjunto: una sensación de extrañeza ante el silencio del mundo, que nos interpela como espectadores y no impide enfrentarnos a él como si hojeáramos un álbum de postales, sobre las que discurrimos sin prestar demasiada atención. Porque, en efecto, lo que se nos ofrece a los ojos no son retazos del mundo, más o menos reconocibles –y por tanto redundantes– sino expresiones de una mirada interior, la del pintor, que se interroga sobre lo que ve. Lo que se pone en escena, es decir, en cuadro, no es un paisaje, sino una mirada. Nada hay menos tranquilizador y, al mismo tiempo, más productivo e interesante, en este mundo dominado por la lógica del ver es creer que cuestionar la apariencia de verdad de una imagen y es esa capacidad para plasmar el estupor ante la resistencia de lo real lo que convierte, a mi entender, la pintura de Martínez Rueda en una aventura intelectual de primer orden.
Jenaro Talens
Texto poético de Marijose Muñoz Rubio, vocal de Arte y Feria del Arte del Centro Artístico, dedicado a esta exposición: