Aquellas personas que llegan al sacrificio –sin atentar contra lo que podríamos llamar “sus propios derechos humanos” y atendiendo a los de los demás–, indiscutiblemente, son dignas de admiración y del mayor respeto.
Lo digo porque, al menos a mí me lo parece, últimamente esta casta está teniendo un auge insospechado, dentro y fuera de nuestras fronteras, sea cual fuere la situación real de las tierras que habitan.
Fijaos que ya no sólo sucede como en las grandes epopeyas donde el héroe es protagonista único. Ahora, el interés de los relatores está más cercano que nunca a las aventuras colectivas, donde, unos muchos o no tantos, hacen palpable la realidad social sin invenciones rocambolescas.
Ya sé que me estoy metiendo en un charco de aguas profundas y que puedo confundir –y confundirme– a tirios y troyanos, creyendo que estoy ensalzando cualquier manifestación injusta o poco ética, contando únicamente con el número de adeptos que participan en ella… ¡Nada más lejos de mi reflexión!
Y ello me da pie para recordar, y recordarme, en aras de la mejor convivencia, la necesidad perentoria de acabar de una vez por todas con el renaciente empeño de dividir a nuestra tierra y a nuestras gentes. Estoy cansado de repetir que Andalucía es una y sus pobladores ejercen de tales sin necesidad de aventuras indefinidas… Así, me permito preveniros contra aquellos que, amparados en el descontento de situaciones puntuales, usan las diferencias sociales para intentar crear nuevos “ducados” con sesgado sentido antidemocrático, sin abnegación, renuncia ni generosidad… Pues, actuando así, no caeríamos en la trampa de las falsas promesas, tan repetidas en los últimos tiempos y que tanto han afectado a nuestra convivencia en paz y solidaridad. Porque para mí la mayor muestra de Amor –con mayúscula– es la de enfrentarse con todo equipaje a las falsedades de las dictaduras, defendiendo por encima de todo la Libertad, la Lealtad y el Respeto –también con mayúsculas–.
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de
Ramón Burgos
Periodista