Realmente no sé a quién o a qué voy –vamos– a poder solicitar amparo para defender los derechos fundamentales inherentes a cada persona… Es más, por arrimar el ascua a mi sardina –o lo que es lo mismo: por “entender la inclinación que todos tenemos a defender lo que nos pertenece o nos acomoda” (RAE)–, me pregunto qué he de hacer para proteger, resguardar y preservar una de las profesiones –la mía– consideradas como “peligrosa”.
Tiempo atrás tuve mis dudas sobre la veracidad de la ya entonces repetida afirmación sobre la existencia de una “galopante crisis de identidad” en el periodismo y, por tanto, en los periodistas… Ahora, esperando que no sea demasiado tarde, reconozco mi falta de acierto –reflexión– para no haberme enfrentado a lo que ya era una realidad palpable que, además y con toda destreza, ha ido alimentándose, cual pandemia, por diversos sectores sociales de nuestro entorno.
De manera peculiar, me ha llamado la atención el empeño de incidir –repetitivamente– en este tema por parte de los “designados creadores de comunicación”, es decir: esos “asesores” que han crecido como setas en casi todos los entornos de nuestra sociedad, cuya labor fundamental se centra, por ejemplo, en colocar a su patrón en primera fila de fotografía, tenga o no tenga razón de ser su presencia.
Pues bien, entenderéis que mi obstinación sea contraria a la antedicha querencia. No sólo por profesión –y devoción–, sino también por convencimiento intelectual y experiencia. Lo he escrito muchas veces: los “plumillas” no somos dioses; no detentamos la verdad universal; no formamos parte de una casta con privilegios infinitos; si acaso nuestros mayores defectos podrían ser centrados en la falta de “contraste informativo” y sobra de “afición especulativa”; pero ello no significa que tengamos –ni queramos– aceptar la culpabilidad única de todos los yerros colectivos o personales.
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de
Ramón Burgos
Periodista