Allá por la Edad del Bronce
se hizo notar la presencia
en el mar Mediterráneo
de estas ubérrimas tierras
ubicadas entre el mar
y una diadema de sierras
que con el paso del tiempo
se llamarían Almuñécar.
De la factoría fenicia
restos varios se contemplan
de industrias de salazones,
ánforas y propias monedas
expuestas en el Museo
de la ciudad de Almuñécar.
Con el topónimo “Sexi”,
fue asimismo bautizada
cuando estas comarcas eran
una provincia romana;
de aquel tiempo, un acueducto
con piedras muy bien labradas;
también, la Torre del Monje
en una colina cercana
que fue panteón columbario
de la dominante casta.
Cuando los árabes llegan,
allá en la centuria octava,
Al-Munakkab la llamaron
en la lingüística arábiga.
El viajero Al-Idrisi
en sus escritos alaba
las bondades de Almuñécar
y el enclave en que se halla
glosando la caña de azúcar,
los plátanos y las pasas.
Abderramán el Omeya
desde Oriente navegara
desembarcando en la costa
con la idea programada
de crear un emirato
en Córdoba la nombrada,
pero siendo independiente
del Damasco que añoraba.
La barriada del Castillo
en san Miguel se encabalga,
con torreones vigías
y cercas amuralladas,
siendo un diseño urbanístico
de la herencia musulmana
con callejones estrechos
y postigos por ventanas.
La nobleza nazarí
en Almuñécar gozaba
de descansos prolongados
y estancias paradisiacas
huyendo de las tensiones
que sufrían en Granada.
Posteriormente, Al-Munnakka
a Castilla se entregaba
unos pocos años antes
de la Toma de Granada,
poniendo punto final
a una invasión prolongada.
Seducida por las olas,
entre el mar y la montaña,
una vega tropical
se alboroza y se solaza
entre kiwis, aguacates,
mangos, nísperos, naranjas
y otras suculentas frutas
que da placer el nombrarlas.
Acantilados rocosos
con sus recónditas calas
son reclamos atractivos
de la costa sexitana
destacando el Cerro Gordo
como mole soberana.
Por el Parque del Majuelo
brillan tropicales plantas,
y un palacete rosado
nominado la Najarra,
luce estancias y arabescos
que nos evocan la Alhambra.
Templo de la Encarnación
en Almuñécar se alza
ocultando en el subsuelo
unas fosas funerarias
que desde tiempos fenicios
en este lugar descansan.
Las buganvillas esplenden,
el sol se encumbra y se inquieta
fecundizando las playas
con el ardor de sus hebras
y los venteos de la brisa
las olas aterciopelan
cuando las tardes se amustian
y anochece en Almuñécar.
Oteando el horizonte,
sobre las aguas turquesas,
se eleva el Peñón del Santo,
amuleto de Almuñécar,
que como ariete en el mar
desafía las tormentas.
En una plaza del pueblo
dos jazmines bisbisean;
escorzos de luz y sombras
por las esquinas sestean;
el sol y la cal se asordan,
las palmeras cabecean
y un vientecillo aniñado
retoza y caracolea
sobre las olas del mar
donde se abisma Almuñécar
Próxima entrega: Almería
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Comentarios
17 respuestas a «Juan José Gallego Tribaldos: «Almuñécar»»
Precioso.
Gracias, amigo Benito.
Gracias maestro !Cuánto se aprende leyéndote¡
Un romance que debe leerse en voz alta para saborear cada una de sus dulces palabras y si, además, uno cierra los ojos, oye la mar y hasta dicen que se puede sentir la brisa marina.
Amigo Juan, muy interesantes las pinceladas de tu romance glosando a nuestra querida Sexi-Almuñecar.
Buenos recuerdos de Almuñécar, una tierra placentera en todos los sentidos.
Así es, amigo Daniel. Todos los sentidos se conmueven por estas deliciosas tierras.
Descripción milimétrica y puntera.
Toda una lección…
Gracias, amigo Daniel. Un cariñoso saludo a Ronda.
Qué bonito!
Gracias, querida amiga.
¡Muy instructivo! Como siempre…
Gracias, María José. Almuñécar y Vélez, a un paso.
Gracias Juan José.
Es un orgullo ser andaluz y leer tus romances de los caminos de España.
Hermosa tierra Almuñécar.
Un abrazo.
Hermosa tierra. Y privilegiada. Así es.
Historia, paisaje, frutales… Y versificación ejemplar. Belleza total. Enhorabuena.
Gracias, amigo Juan. El sur, nuestro sur de España. Un lujo.