Cada año, mi abuela, allí en la Calle Ingenio, que estaba sin asfaltar y que únicamente conducía al campo, en concreto a la Fuente de Andrés Díaz, durante casi tres días, llegado este tiempo se hacía la matanza de un cerdo en plena calle. Durante ese tiempo, se comía cochino de todas formas y maneras, pero eso de la matanza ya lo he contado en otra ocasión.
Tal vez, por esos recuerdos o quizás por mi tendencia al mojeteo, el caso es que el puchero de coles me gusta a rabiar. Mi madre, raro era la semana o como mucho la quincena que lo hacía y le salían unas coles blancas, jugosas y deliciosas, de rechupete vaya. Cuando murió mi madre y mi abuela Laura, quise que mi mujer, natural de otras latitudes hiciera el puchero de coles idéntico al de Salobreña y tengo que reconocer que lo consiguió, la verdad es que tiene unas manos para la cocina heredadas de su madre.
Con el tiempo, se corrió la voz por el pueblo que a Antonio Luis, la comida que más le gustaba era el puchero de coles y ocurrió algo maravilloso, familia, amigos y conocidos, cada vez que sabían que estaba en Salobreña me invitaban a mi plato preferido. Había semanas que incluso he llegado a comer tres días seguidos puchero de coles en distintas casas. ¡¡¡Qué delicia!!!
Mi tía Eloísa, en La Caleta hacía unas coles fantásticas y muy abundantes, pues éramos muchos a la mesa; María la Estanquera, preparaba unas coles blancas como el nácar y como siempre me había criado en la Calle Cristo y habíamos sido vecinos puerta con puerta, pues me las hacía nada más llegar.
Las de mi Tata, en la Calle Juan XXIII, Madre de Elvira Pretel, hacía unas de las mejores coles que he probado y me explico, antes he dicho que no sabía bien el motivo de este gusto mío, pero he de decir que tal vez fuera por la pringá y que sin embargo el puchero de coles fuese una excusa para comer la pringá; el caso es que allí la fuente de la pringá era mucho más grande que el puchero.
Vosotros habéis visto y probado alguna vez, esa careta de cerdo blanca y resplandeciente, ese rabo tieso y tierno al mismo tiempo, esa oreja que se parte sola, esas patas de cerdo, que nunca supe porqué se les llamaban manitas de cerdo o de ministro, si son pezuñas o patas.
La pringá llevaba también costillas de cerdo que se deshacían en el plato y en la boca, la morcilla tierna y jugosa como solo en la carnicería de Elvira sabían hacer y todo ello coronado por un buen trozo de tocino blanco, ¡¡¡ay, Dios mío que tocino¡¡¡ Se comía deprisa el puchero, pues lo que de verdad interesaba era llegar al plato de la mezcla, ese revolver y revolver hasta que todo estaba bien partidito y listo para el mojeteo. ¡Qué delicia, qué placer, pocas cosas hay en el mundo como una buena pringá y un buen vaso de vino de la Costa!
Con el tiempo, las modas, los nuevos hábitos, este tipo de comida se va haciendo cada vez menos; también es verdad que con la llegada del colesterol, pues entonces seguro que existía pero no nos lo habían presentado, raro es la persona que ya no puede hacer excesos con la carne del cerdo.
Pero porqué no volver nuevamente a lo de siempre, comida sana, buenos amigos y, sobre todo, un buen puchero de coles.