José Luis Abraham López: «El dulce placer del nadador solitario»

El viajero aventurero como el escapista, el cultural o el apasionado tienen todo un catálogo de actividades y asombrosos parajes por descubrir gozando, además, de un nutrido registro de leyendas, naufragios y literatura

Junto al instinto avasallador de las primeras impresiones, el poder ovíparo de las palabras forma un cóctel altamente distorsionador. Lo digo a propósito del titular que leí hace meses y que ponía sobre aviso el comportamiento de ciertos turistas –con alma de hooligans– cuya principal motivación es la juerga y el carnaval: “El Ayuntamiento de Amsterdam alarmado por las oleadas de visitantes ha lanzado este eslogan turístico: «No vengáis»”. En concreto, la capital de los Países Bajos quería espantar al turista de drogas y alcohol. No sé si el titular iba en contra de la ética periodística por su imprecisión o, tal y como corren los tiempos ahora de desmandado sensacionalismo, se regía precisamente por aquello que claman los medios de comunicación: atraer la atención sea como sea.

En cualquier caso, debemos celebrar que haya instituciones que defienden el derecho de quienes buscan vacaciones tranquilas y se agradece que existan campañas que alejen excursiones prolongadas en las que la jarana descontrolada y la inmoralidad campe a sus anchas. Esto hace plantearnos hasta qué punto promocionar un lugar para atraer el turismo activo puede tener graves consecuencias.

Desplazarse a ciertos enclaves geográficos para desconectar de la realidad, en ocasiones se convierte en una carrera empedrada sin cuartel para ver quién clava su bandera en primera línea de playa o conquista una mesa para doce comensales. Afortunadamente, existen rincones menos populares pero de auténtico placer veraniego, que apenas han cambiado su fisonomía a pesar del reclamo cada vez más poderoso de la masificación que pone en serio peligro el turismo sostenible.

Así, aunque parezca del todo increíble, en esta laguna litoral del Mar Menor, uno puede gozar de caminatas prolongadas teniendo todo el horizonte para la recreación de la vista ante el amanecer y disfrutar luego del dulce placer del bañista solitario, braceando sin temor a rozar con ningún otro cuerpo que no sea el suyo y dejar sus pertenencias sin temor alguno a su desaparición. Ni siquiera son necesarios carriles para la circulación rodada de bicicletas y patinetes, ni sufre uno los estacionamientos en doble fila o en espacios inapropiados, ni quedan rastros visibles de escombros o basura que dinamiten un parecido razonable con el paraíso.

Los paseos son apacibles, los adolescentes amanecen en el extenso cuerpo arenoso y dorado de la playa y los espacios empiezan a revivir a primeras horas del día, tomando el pulso tranquilo que permite disfrutar del relax merecido.

Más allá de la perplejidad, en este mar de cristal, los espacios naturales de recreo con terrazas y restaurantes pueden parecer escasos, pero sí que son suficientes porque cumplen con su principal funcionalidad.

Uno encuentro un placer añadido a la capacidad de sorpresa de lugares que ofrecen mucho más de lo que en principio aparentan. El viajero aventurero como el escapista, el cultural o el apasionado tienen todo un catálogo de actividades y asombrosos parajes por descubrir gozando, además, de un nutrido registro de leyendas, naufragios y literatura.

José Luis Abraham López

Profesor de ESO

y Bachillerato

José Luis Abraham López

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