El paso del tiempo, si no hacemos nada, devorará la libertad del pueblo y aniquilará nuevamente a los que han ganado las elecciones limpiamente, han salido a la calle y han dejado sus vidas.
Cuando Hugo Chávez se postulaba como candidato a la presidencia de Venezuela en 1998, mucha gente lo adoraba, exhibía músculo democrático en todas los medios de comunicación nacionales e internacionales, especialmente, en cadenas televisivas; se comprometía a bajar algunos impuestos, estaba de acuerdo en privatizar muchas empresas y se abría al capital privado, aunque fueran inversiones extranjeras; proclamaba que la banca no solo debería estar en manos privadas, sino que debería abrirse a la competencia internacional; señalaba sus firmes convicciones de adherirse al mundo globalizado; y, en fin, se negaba a sí mismo diciendo que él no era socialista, sino que era un hombre formado para la humanidad, cristiano, humanista y antiautoritario.
Todas las declaraciones, entrevistas o debates, sin el más mínimo sentido del disimulo o de la verdad, no eran sino un perverso modelo global de cinismo desde la épica fascista, comunista o bolivariana (para el caso es igual), ya que el militar había dejado su clarividentemente trazo tiránico en el intento de golpe de Estado -apoyado por Cuba – de 4 de febrero de 1992 contra la legalidad democrática establecida y representada entonces por su presidente, Carlos Andrés Pérez. No obstante, la importancia del hecho radica en que pronto fue puesto en libertad -solo estuvo dos años en prisión –, siendo su causa sobreseída durante el propio mandato de Carlos Andrés Pérez y, posteriormente, amnistiado o como se diga ahora. La penúltima memez democrática para que la tiranía se encarnara bajo un uniforme militar.
El 27 de noviembre del mismo año otra intentona de golpe de estado, esta vez cívico-militar, se cernió sobre Venezuela, pero nuevamente fracasó; sin embargo, en esta ocasión no intervino en su planificación el visionario Chávez, que ya estaba rumiando su presentación a elecciones democráticas con aquel metódico empleo de la mentira tan propio de los sistemas totalitarios, que hacen ver a los pueblos lo que no existe y sostener lo contrario de lo que es obvio para todos. Y así, este teniente coronel (Chávez), en su deleznable trayectoria, conseguía desviar la atención de los ingenuos demócratas ante «el peligroso renacer fascista» que se avecinaba. Algo que nos suena mucho por aquí
Chávez había comprendido que era más productiva la estrategia de seducir al liberalismo, evitando obstáculos contrarrevolucionarios y combatir democráticamente a sus oponentes capitalistas por medio del engaño, hasta llegar a la victoria de un comunismo a su medida; entonces, una vez alcanzada la victoria, eliminó implacablemente a todos sus oponentes, cambió la Constitución, conformó a su medida el poder judicial, eliminó la libertad de prensa (cerrando muchos medios de comunicación), persiguió a sus adversarios, llenó las cárceles de disidentes y el exilio fue el camino que tuvieron que emprender millones de venezolanos, El militar había conseguido su propósito: aprovechó todas las rendijas que dejan los sistemas democráticos para ganar las elecciones en 1999 y proclamarse presidente de la República bolivariana. Una vez alcanzado el poder, ya perpetuó la famosa frase de Lenin: libertad, ¿para qué? A partir de aquí, el autócrata estuvo al frente del gobierno hasta su fallecimiento en 2013 (excepto dos días).
Inmediatamente después, tomó las riendas del país de forma interina, el 8 de marzo de ese mismo año, su vicepresidente, Nicolás Maduro, conductor de autobuses (según su exjefe era un vago y un irresponsable), analfabeto hasta los tuétanos, de una vacuidad inacabable, bruto como él solo, tiránico de manual, trapacero de élite y un trepa del movimiento sindical que fue escalando hasta el hábitat de Chávez, de tal modo, que llegó a convertirse en Ministro de exteriores y posteriormente vicepresidente. Vamos, todo un modelo a seguir y al que no le faltan admiradores entre nuestros políticos de esta España actual avinagrada y sombría.
De nada sirvió la candidatura a la presidencia de Henrique Capriles que, tras la muerte de Chávez, volvió a presentarse nuevamente a las elecciones de 2013 (ya lo había intentado en 2012). El resultado final acabó en unas elecciones chachulleras que finalizaron con su inhabilitación para ejercer cargo público durante 15 años; tampoco inmutó al régimen la oposición de Leopoldo López que tuvo que escapar a Madrid en octubre de 2020; y la presidencia interina del opositor, Juan Guaidó, fue un espantajo que terminó con su exilio en Miami.
En Venezuela nada ha sido plácido en los últimos 25 años; sin embargo, con la llegada de Edmundo González y Corina Machado se había comenzado a perder la mirada del miedo, y todo parecía indicar que un soplo de vida alimentaba la libertad de un pueblo instalado, durante demasiado tiempo, en el reino de la manipulación, de la represión y del engaño. Los venezolanos quieren acabar con la maldad y el sadismo del brutal régimen que padecen; el paso del tiempo, si no hacemos nada, devorará la libertad del pueblo y aniquilará nuevamente a los que han ganado las elecciones limpiamente, han salido a la calle y han dejado sus vidas. Europa y, especialmente España, no pueden permanecer impasibles ante la tiranía, el hambre y el éxodo de 8 millones de almas, aunque El Sr, Monedero baile y el Sr Zapatero mantenga silencio mientras Venezuela se desangra.
(NOTA: Este artículo de Pedro López Ávila se ha publicado en las tres ediciones de IDEAL correspondientes al miércoles, 11 de septiembre, concretamente en IDEAL Almería (pág. 16), IDEAL Jaén e IDEAL Granada, (ambos en la pág. 18).
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