Dicen que los hijos se parecen mucho a sus padres, pero eso pienso es solo un dicho, y del dicho al hecho va un trecho, en mi caso dista mucho de la realidad. Ahora que ya está uno en plena madurez, medito, pienso que difícilmente podía llegar ni en mis más remotas aspiraciones parecerme a mi padre. Una persona como él sencillo, trabajador, familiar, humilde y por encima de todo humano es difícil de copiar o al menos llegar a parecerse a él. Todos los que le conocieron así lo aseguran y qué voy a decir yo, que es mi ejemplo y mi líder.
De qué manera disfruto recordando su buen humor y cómo todos los niños del barrio siempre disfrutaban con su presencia, pues les subía en los caballos, les enseñaba todos los animales y ellos disfrutaban como si de un parque temático fuera.
Aquí demuestras tu gran sensibilidad y cómo sale a flote ese niño que todos llevamos en nuestro interior y que lamentablemente muchos dejamos marchitar y aún morir. Gracias a los momentos gratos que me hace vivir con tus graciosos recuerdos padre. Hermosas anécdotas de esos científicos locos y bajitos que son los niños, pues últimamente, quizás desde que soy abuelo se me agolpan en la memoria y en el corazón todas las etapas vividas en compañía de mi padre. Como en los días de lluvia, que nadie podía salir al campo a trabajar, se venían a casa cuatro, cinco, tal vez seis trabajadores y con un fuego calentito que preparaba Salvador, se sentaban alrededor, mi padre sacaba una garrafa de vino de Albondón y pedía encarecidamente a mi madre que preparara unas migas para todo el mundo. Como crío disfrutaba al igual que un marranillo en un charco, al ver tantos hombres hablando de sus cosas, de sus miserias, de sus amores y de la necesidad de que escampara para poder llevar un jornal a sus casas.
«Tiempo del cual, nosotros, los adultos huimos, tiempo que se nos escurre entre los dedos pensando en otros asuntos que son cuanto menos, nuestro propio obstáculo para volver a tener ese sentimiento de niño» |
Al finalizar las migas, más de uno ya había convencido a mi padre para que le vendiera fiado un becerrillo, ellos lo criaban y posteriormente al venderlo pagaban el importe del mismo, yo no entendía dónde estaba el negocio y al pasar los años, mi buena madre me lo explicó, no había negocio, solo ayudar a un vecino de Salobreña que lo necesitaba. Siempre he tenido los ojos abiertos de par en par, como un niño lleno de ilusión, estaba jugando en un parque, jugaba con tierra, hojas y una pequeña ramita, nada podía ser tan bello, tan natural y tan espontáneo pero la figura de mi padre estaba siempre presente. Tenía prisa, mucha prisa, pero quise detener el tiempo y me senté en aquel parque, pensé en el único fin de aquel niño que marcaba una y otra vez sobre la tierra, en el mismo lugar donde estaba sentado, donde disfrutaba y donde pasaba mi tiempo.
Tiempo del cual, nosotros, los adultos huimos, tiempo que se nos escurre entre los dedos pensando en otros asuntos que son cuanto menos, nuestro propio obstáculo para volver a tener ese sentimiento de niño. Hoy sentí la gran ilusión de volver a ser como él, igual que mi padre. La canción de Serrat finaliza con «Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós».