Me acaban de corregir –solicitud de ampliación– en relación con mi reflexión recientemente publicada sobre el uso y abuso de las calles para desfiles con acompañamientos sonoros y estruendosos (“Intermitentes”).
Me recuerdan, entre otras cosas, que Andalucía “es así”, y que los andaluces “somos como somos”… Afirmación sobre la que yo he expresado siempre mis más sinceras dudas (por no decir cabreo).
Así que, corazón en mano, procedo al alargamiento solicitado: tiempo atrás, en 2018, os adelantaba algo –bastante– al respecto. Entonces escribía sobre las “tribus” y sus “actividades ciudadanas”. Ahora, a tenor de lo que estamos sufriendo, me veo en la obligación de cambiar el término antedicho por el de “cabilas”, en su sentido más despectivo, pues, sean del tipo que sean, a las que yo me refería –sálvense las que puedan– tienen en sí mismas el estigma mal entendido de lo particular, que roza lo anti-democrático o, en el peor de los casos, se lo saltan a la torera.
La conservación de las tradiciones no justifica, en ningún caso, el aislamiento del bien común en beneficio, siempre, de ventajas de más que dudosa finalidad.
Es más, y sólo como ejemplo, si alguien solicita aclaración sobre cuentas, resultados y beneficios del “garbeo” en cuestión, los organizadores recurren a lo que ya expresara el Gran Capitán (al rey Fernando el Católico) sobre la campaña de Nápoles: “(…) en picos, palas y azadones, cien millones…”.
Entiendo, con el patriarca bíblico, que soportar las pruebas celestiales es una cosa –pues, al fin: “Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él…” (Job. 42, 11)–, y otra bien distinta es aguantar estoicamente las memeces terrenales.
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